Foro de debate Núm. 25 - enero 2000 

Fiscalidad ambiental y nueva cultura del agua

Enric Tello.
Profesor de Historia Económica, Universidad de Barcelona

La insostenibilidad ambiental de determinadas políticas puede derivar en conflictos socioecológicos, tal como muestra la guerra del agua (insumisión fiscal de diversos usuarios del área de Barcelona). Dicha guerra proporciona una base sólida para la reflexión sobre los impuestos que gravan los recursos hídricos y la necesidad de un cambio en este sentido. Un cambio que debe darse en la línea de la revolución fiscal verde y la potenciación de la democracia.
 

La nueva ley aprobada por el Parlamento de Catalunya ha permitido finalizar la guerra del agua en el área metropolitana de Barcelona. Durante ocho años un número creciente de familias, que acabaron sumando más de ochenta mil –es decir, doscientas cincuenta mil personas directamente implicadas- rechazaron pagar una serie de tributos añadidos al recibo del agua que consideraban abusivos. En algunas poblaciones el porcentaje de abonados adheridos a la campaña superó el 20% del total, y en el conjunto de los municipios de la entidad metropolitana la media era del 6% en 1997. En la ciudad de Barcelona no superaba el 2%, pero en algunos barrios se alcanzaron porcentajes tan elevados como los de Sant Feliu (23%) y Sant Boi de Llobregat (20%), Badalona (17%), Santa Coloma de Gramanet (15%) o Gavà (12%).1
Una protesta que fue tildada de irresponsable y desconsiderada hacia los valores ambientales ha resultado, al fin y al cabo, un factor más entre los que están propiciando el progreso hacia una nueva cultura más sostenible del agua. Ahora es un buen momento para mirar atrás y recapitular. ¿Cómo se generó una protesta de este calibre? ¿Por qué se tardó tanto en encontrar una solución? ¿Qué lecciones podemos aprender para el desarrollo futuro de la nueva fiscalidad ambiental? Merece la pena analizarla como un ejemplo de los tortuosos senderos, a menudo inesperados y transgresores, en los que se produce la traducción de inostenibilidad ambiental en conflictos socioecológicos.

¿Por qué se desencadenó la guerra del agua?

El gráfico y la Tabla 1 nos muestran el detonante: entre 1990 y 1992 la factura del agua doméstica en el área metropolitana de Barcelona experimentó un aumento próximo al 20% en términos reales, descontando la inflación. Valorado en pesetas, el recibo se encareció cerca de un 40% para los consumos más habituales.
Pero un detonante no es todavía una causa. El origen socioecológico del problema lo descubrimos cuando observamos las razones de dicho encarecimiento súbito. Las personas que miraban la factura del agua con suspicacia pronto descubrieron que no era la tarifa que la compañía suministradora percibe –Agbar, en la mayoría de los casos- la que había subido, sino los impuestos añadidos por todas las administraciones con competencias fragmentadas en el ciclo hidrológico: la Generalitat de Catalunya, la Entidad Metropolitana y el Ayuntamiento de Barcelona. Pero no se trataba de un arranque incomprensible de voracidad recaudadora, ni se habían puesto de acuerdo entre ellas para subir el precio final del agua. Si analizamos sus motivos, chocamos con la superación de límites ambientales.
Exceptuando la tasa ambiental de gestión de residuos (TAMGREM), y posiblemente también la de alcantarillado que cobra el Ayuntamiento de Barcelona3, la mayor parte de la nueva carga tributaria provenía de la traslación a los usuarios domésticos del área metropolitana de los nuevos gastos de captación, bombeo, canalización, potabilización y saneamiento originados por una política de aumento constante de la oferta, y por la necesidad de compensar el deterioro en cantidad y calidad de los recursos hídricos disponibles en las cuencas internas de Catalunya. 4 Entre 1992 y 1998 se ha pasado de 90 depuradoras y 53 en construcción a 210 en servicio, 48 en marcha y 39 más previstas, hasta llegar a 297 grandes depuradoras que en el 2001 darán servicio a 2,8 millones de personas. Esto ha significado un gasto sostenido de unos cuarenta mil millones de pesetas anuales, la mitad de los cuales provenían de las tasas o cánones de saneamiento pagados por los usuarios y el resto de subvenciones o del recurso al endeudamiento. 5  Dicho encarecimiento de los costes económicos, típico de una economía madura del agua, es el resultado de una internalización forzada e inevitable de los costes ecológicos una vez superados los límites ambientales recomendables.

La cara oculta de la guerra del agua

En las cuencas internas catalanas ya se extrae para los usos humanos, como media, la mitad de toda el agua que circula por ellas, y en la del Ebro el 59%. Muy por encima del 8% mundial, del 15% europeo, incluso del 41% de media en todas las cuencas hidrográficas españolas.6  Ramon Margalef recomienda como tope una regla del tercio: un tercio para usos humanos, otro para la evapotranspiración de la vegetación que mantiene la producción primaria continental, y un tercero para devolver al mar a través de los ríos, la escorrentía superficial y la profunda.7 Cuando la Generalitat de Catalunya, la Entidad Metropolitana de Servicios Hidráulicos y Tratamiento de Residuos, y algunos ayuntamientos empezaron a añadir impuestos al recibo del agua como si fueran vagones en un tren, sólo hicieron lo de costumbre: repartir costes. Si la diseminación de la población hacia la periferia metropolitana y la construcción de nuevos polígonos industriales, urbanizaciones, campos de golf, segundas viviendas, hoteles y parques recreativos multiplicaban las demandas de agua, las administraciones reaccionaban distribuyendo los gastos extra sobre los usuarios que ya poseían gastos (en lugar de repercutir el coste marginal sobre las nuevas demandas, tal y como recomienda la nueva orientación económica sostenibilista).
La Agencia Europea del Medio Ambiente caracteriza cuatro etapas en la concepción y aplicación de impuestos ambientales. En los años setenta predominaban las tasas de cobertura de costes, que sólo pretendían repartir los gastos de un servicio ambiental entre los usuarios. La necesidad de legitimar nuevos tributos indirectos, ante la sed de ingresos de unas administraciones angustiadas por los déficits públicos, condujo a la definición más precisa de tasas finalistas (que sólo pueden destinarse a una finalidad específica). En los años ochenta se empezó a concebir una nueva generación de tasas incentivo, cuyo propósito principal no es aumentar la recaudación sino cambiar los comportamientos de las empresas y los consumidores mediante la penalización de los que resultan más perjudiciales para el medio ambiente. En los años noventa se está promoviendo una reforma fiscal verde, que no se limite a añadir ciertos impuestos especiales para dedicar a la mejora ambiental una parte extra de los presupuestos sino que cambie decisivamente los criterios y sujetos impositivos que ya existen para que los efectos incentivadores o penalizadores y la redistribución del conjunto de los gastos orienten la actividad económica hacia una mayor sostenibilidad.
Hasta el momento las diferentes administraciones catalanas no han sido capaces de avanzar más allá de la primera fase por lo menos en lo que concierne a la fiscalidad ambiental y la regulación tarifaria del agua doméstica. Sin replantear la gestión fragmentada del ciclo hidrológico, sin informar a los ciudadanos de los problemas ambientales emergentes, ni negociar previamente las alternativas al alcance con los interlocutores sociales, trasladaron a los recibos los costes económicos crecientes. No se dieron cuenta de que sus acciones descoordinadas eran la gota que colmaba el vaso, violentando una vieja economía moral que considera el agua un bien muy básico que debe estar al alcance de todas las personas. El resultado fue la guerra del agua, que demostraba la vigencia entre sectores populares de aquella cultura ancestral de las fuentes que aún en la actualidad ofrece agua gratis en la plaza pública.
Después de los fuertes aumentos de 1991 y 1992 el conflicto se estancó. El goteo de insumisos fiscales crecía día a día. No les podían cortar el agua porque sólo objetaban unos impuestos que consideraban abusivos, o cobrados por una vía improcedente. Cada trimestre depositaban el importe de la tarifa con el IVA en una cuenta corriente abierta por las asociaciones de vecinos, que pronto acumuló miles de millones de pesetas. Aunque los contribuyentes pudieran aceptarlo voluntariamente como un método de recaudación, no estaban legalmente obligados a pagar sus tributos mediante una factura-recibo que deriva de un contacto privado del usuario con la compañía suministradora de agua. La protesta destruía el marco administrativo y tarifario vigente. Sólo podía encontrarse la solución en otro marco.

Del bloqueo a la negociación

Dicho marco no llegaría hasta al cabo de siete años, cuando después de varios intentos fallidos de negociaciones entre la Generalitat de Catalunya y la Confederación de Asociaciones de Vecinos (CONFAVC) partieron de tres principios proclamados por la nueva Directiva de la Unión Europea de 1997, y los incorporaron a los borradores de la nueva ley: integrar la gestión del ciclo entero del agua, que los precios tiendan a reflejar todos los costes (full cost pricing), y que los consumos básicos sean asequibles para todas las personas. 10 La integración de la gestión del ciclo del agua en una Agencia que se coordina con las entidades locales supera el cúmulo de tributos añadidos sucesivamente sobre el usuario final, incomprensible para cualquier ciudadano corriente. En la nueva factura habrá un único canon percibido por la Agencia del Agua para financiar todas las infraestructuras públicas de suministro y depuración, además de la tarifa regulada percibida por la compañía que la potabiliza y la distribuye (municipal, o privada como Agbar). La suma de la tarifa y el canon debe incorporar todos los costes de la gestión del ciclo del agua que democráticamente se decida repercutir sobre el usuario doméstico. 11 Otros impuestos sin relación con el agua, como el de tratamiento de residuos municipales (TAMGREM) deberán tramitarse por separado.
Las asociaciones de vecinos organizaron la protesta para que el agua tuviera un precio asequible. No es casualidad que se desencadenara en una de las ciudades españolas que ya poseía el agua más cara, y donde ninguna sequía ha provocado aún restricciones perceptibles para los ciudadanos.12 Como siempre, la escasez o baratura depende de que con qué los comparemos y para quién. Una familia que consumiera 144 m3 al año y tuviera como único ingreso el salario bruto medio de Catalunya, en 1990 debería dedicar al agua un 0,96% de su renta, y el 1% en 1999. Un jubilado que viviera solo, consumiera 48 m3 y cobrara la pensión media en 1990 debería destinar el 1,56% de su ingreso y el 1,31% en 1999. 13 A primera vista parecen porcentajes minúsculos. Pero son los habituales en todas partes, y sus variaciones esconden sensibles diferencias.14 En valores absolutos significan pagar unas treinta o cuarenta mil pesetas al año por los consumos familiares de agua más corrientes.
¿Esto es mucho o es poco? Depende del bolsillo, obviamente. Pero también de las actitudes. La economía moral del agua se vive de formas muy diferentes según la situación y la cultura de cada persona. En la encuesta de presupuestos familiares de 1991, cuando se produjo el gran aumento, el gasto medio anual por unidad de consumo en la provincia de Barcelona era de un millón de pesetas. Suponiendo que en estos asuntos las medias tengan algún valor, la parte destinada a vehículos de transporte personal era de 116.632 pesetas anuales: tres veces la factura del agua, y ocho veces más que el dinero destinado al transporte público (13.979 pesetas). Pero los gastos en enseñanza eran muy parecidos a los del agua (29.796 pesetas), mientras que la compra de libros, periódicos y revistas tenía una asignación parecida a la de los transportes colectivos (13.411 pesetas anuales).15 Cada septiembre la compra de material escolar es motivo de polémica. No parece demasiado sensato menospreciar un gasto de agua que representa una proporción parecida o superior del presupuesto familiar.16
El gráfico 1 demuestra que durante los seis o siete años de bloqueo, y mientras las voces de las manifestaciones contra los abusos en el recibo del agua resonaban de vez en cuando por las calles de Barcelona, las asociaciones de vecinos se fueron acercando silenciosamente a su objetivo: volver al precio de 1990 más el IPC acumulado. Ante la agitación, las administraciones aprobaban cada año aumentos de la tarifa y tributos inferiores al IPC. Sin duda alguna, esto contribuyó finalmente a acercar posiciones. Pero el acuerdo sólo se conseguiría cuando las dos partes empezaron a considerar un aspecto decisivo para la nueva cultura de la sostenibilidad: que el agua no tiene un único precio, sino muchos. De hecho tiene tantos como consumos diferentes. Aquí se esconde la llave para el futuro.
La relación cada vez más íntima de las asociaciones de vecinos con los grupos ecologistas en varias plataformas comunes facilitó que la campaña modificara su tabla reivindicativa introduciendo un punto esencial: los precios asequibles debían ser para consumos básicos inferiores a cien litros por persona y día. Por encima de dicho umbral el precio debería aumentar más que proporcionalmente, incentivando la eficiencia en los usos intermedios y penalizando los sobreconsumos suntuarios. La progresividad del precio en función del consumo, que relaciona la equidad social del acceso al agua con la sostenibilidad ambiental del recurso, pasaba al centro de la discusión. Esto coincidió con la llegada de la nueva directiva comunitaria que, junto al full cost pricing, también proclamaba que los consumos básicos debían ser asequibles. Los dos conceptos resultarían contradictorios a menos que la tarifa fuera realmente progresiva.

La llave del futuro: de los precios regresivos a la progresividad

El gráfico 2 demuestra que hasta ahora la situación ha sido la contraria. A pesar de la existencia de tres bloques de consumo con tarifas crecientes, de hecho cada metro cúbico de agua resulta más caro para quien más consume.
Esto es consecuencia de una cuota fija de suministro que en los casos más habituales representa casi la mitad del importe del suministro de agua, y que en la forma de cobro de los diferentes tributos aumenta aún más la regresividad del conjunto de la factura trimestral.
Dicha regresividad desincentiva el ahorro. Cualquier inversión en sistemas más eficientes (por ejemplo, el sobrecoste de una lavadora que gasta menos agua, un sistema de reutilización del agua de la bañera o la lavadora para el lavabo, cisternas de recogida de aguas pluviales, etc.)  choca con unos términos de regreso muy largos. Los metros cúbicos de agua que dichos aparatos pueden ahorrar a lo largo de su vida útil son considerables, pero la valoración económica del ahorro es muy pequeña. Cuanto más bajo es el consumo, menos sale a cuenta invertir en nuevos aparatos eficientes o sistemas de reutilización del agua.
La existencia de una cuota fija tan alta independiente del consumo no presenta ninguna justificación económica seria, y es totalmente contraria a la incentivación del ahorro que debería propiciar la nueva regulación ambiental fiscal y tarifaria. Se acostumbra a defender por la existencia de costes fijos de suministro y saneamiento.  Si el argumento se refiere a la necesidad de amortizarlos por la parte de los ingresos, debe recordarse que los costes fijos existen en cualquier actividad económica. La única diferencia entre una compañía de aguas y el resto de empresas que no gozan de un monopolio natural es que siempre podrá estar segura de conseguir unos ingresos suficientes para cubrir todos sus costes, fijos o variables, presentando el correspondiente reconocimiento de la autoridad reguladora que fija las tarifas (la Entidad Metropolitana y la Comisión de Precios de la Generalitat de Catalunya).
El argumento es más verosímil por la parte de la equidad entre usuarios: los contadores dados de alta que registran consumos muy bajos (viviendas desocupadas, segundas o terceras viviendas) deberían contribuir en una proporción más elevada a que la facturación de dicho consumo para el mantenimiento de unas infraestructuras dimensionadas contara con ellos. Pero esto se resuelve absorbiendo la cuota de servicio en los primeros metros cúbicos facturados, hasta una cantidad que sea inferior al consumo básico de una persona. Entonces la cuota da derecho a consumir  dicha cantidad, y sólo la pagan los que registran consumos inferiores.
La misma noción de una cuota relacionada con el número de grifos de una vivienda responde a la concepción ya obsoleta de la mera repercusión de costes, e ignora dos variables fundamentales para la nueva gestión sostenible de la demanda: el número de personas que viven en una vivienda, y cada uno de los aparatos conectados a dichos puntos de consumo pueden efectuar su servicio consumiendo mucha o poca agua según su eficiencia. Con la estructura tarifaria vigente en 1990 una persona que viviera sola, y consumiera en Barcelona una media de 133,3 litros por persona y día, pagaba el agua un 74% más cara que cuatro personas que gastaran lo mismo compartiendo la vivienda y el contador. En 1999, la diferencia se había reducido porque durante el decenio los aumentos de la cuota habían sido inferiores que el precio de cada bloque de consumo (y la estructura de los impuestos también se había modificado). Pero las personas que vivían solas todavía pagaban el agua un 56% más cara que una familia de cuatro miembros.

Las culturas del agua y la lectura del recibo

Una estructura tarifaria incentivadora de la eficiencia debería relacionarse con el número de personas que consumen y que pueden tomar decisiones (por ejemplo, comprar electrodomésticos ahorradores), en lugar del número de grifos (que no obstante cambia con las reformas de cocinas y baños). De hecho el número de habitantes por vivienda ha sido una de las cuestiones añadidas a la guerra del agua que ha suscitado más alboroto. No obstante, curiosamente, casi nadie ha salido en defensa de las viviendas con pocos miembros y de las personas que viven solas, aunque cada vez hay más (solteros y solteras, jubilados, hogares monoparentales). La discusión se centró en las familias numerosas que se sentían discriminadas porque se les aplicaban el segundo y tercer bloque de consumo, más caros, cuando sus consumos per cápita podían ser tan o más bajos que los de una persona sola.
A primera vista parece contradictorio que una misma regresividad tarifaria y fiscal pueda perjudicar a las personas que viven solas, y provocar el enfado de las familias  numerosas. Pero no lo es tanto si consideramos que unos y otros salen perjudicados por conceptos distintos. Dividiendo el importe trimestral de la factura por los metros cúbicos consumidos, es evidente que cada litro de agua sale más caro a las personas que viven solas y más barato –a pesar de aplicar el segundo y tercer bloque- a las familias numerosas. Pero también es cierto que el impuesto de la factura es más alta para la familia numerosa de lo quehubiera sido si sólo se hubiera contado un bloque –tal y como ha establecido la Sentencia 14/1997 del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya-, o si los límites de cada bloque se establecieron teniendo en cuenta el número de consumidores reales por vivienda.
En definitiva, teníamos un sistema tarifario objetivamente regresivo en el que prevalecía el derroche de recursos y a la vez conseguía que casi todas las personas se sintieran perjudicadas. Después del pacto del agua, y la nueva ley aprobada en el Parlamento de Catalunya, parece que ha llegado la hora de elaborar uno nuevo que garantice un mayor consenso primando la equidad en los consumos básicos, la eficiencia en los intermedios, y la suficiencia global. Pero difícilmente se podrá conseguir todo a la vez si el nuevo canon y la tarifa no se relacionan de algún modo ágil y económico con el número de personas que consumen agua de un mismo contador.
En su exposición de motivos la nueva ley dice claramente que «en lo que concierne a los usuarios domésticos se protege un nivel básico de consumo teniendo en cuenta el número de usuarios de agua de la vivienda". Pero cuando concreta la base imponible, el artículo 40 establece un mínimo de facturación de 6 m3  por usuario y más sin especificar si se trata de una cuota fija absorbible o no. Para los usos domésticos, el artículo 42 únicamente establece dos tramos de consumo, inferiores o superiores a 10 m3  mensuales. Finalmente, sólo si el número total de personas que conviven en una misma vivienda es superior a cuatro se prevé incrementar el límite entre bloques en 2,5 m3 al mes para cada miembro adicional. Esto quiere decir que el número de usuarios de un mismo contador sólo se tendrá presente en los casos de viviendas con más de cuatro personas, que a lo sumo representan el 15% de los hogares y un 27% de la población.
Si además de aplicarse al canon de la Agencia del Agua, dichos criterios se interpretan restrictivamente a la hora de establecer la nueva tarifa doméstica del agua, podría continuar existiendo una parte importante de los problemas socioambientales de la situación anterior: la desincentivación del ahorro y la penalización de las personas que viven solas. Si además se lleva a cabo el proyecto de transvase del agua del Ródano tal y como está previsto en la propuesta de la empresa Aigües Ter-Llobregat (ATLL), la repercusión de los 200.000 millones que costaría la obra se realizaría, nuevamente, sobre las tarifas de todos los usuarios de la región metropolitana que ya tienen agua.  Para abastecer unas demandas futuras latentes, que el transvase haría emerger –y que van desde el aumento de las dotaciones per cápita, o la sustitución de recursos locales considerados de calidad inferior, hasta la mejora de los caudales mínimos de los ríos-, los recibos del agua doméstica podrían volverse a encarecer de pronto entre treinta y setenta ptas./m3. Para rematarlo, la intención de ATLL es repercutir dicho encarecimiento en forma de cuota fija, independiente del agua realmente consumida. Las condiciones para una nueva guerra del agua podrían volverse a presentar. Esperamos que las lecciones aprendidas eviten este escenario, y que ayuden a abrir camino hacia la nueva cultura del agua.
Hacia una nueva política: la gestión de la demanda

El establecimiento de tarifas y cánones realmente progresivos según el número de usuarios es un primer paso esencial para cambiar la filosofía básica que ha regido hasta ahora la relación entre las estructuras públicas y privadas que suministran agua, por una parte, y los usuarios domésticos que la utiliza, por otra parte: se trata de comprar o vender servicios eficientes, no metros cúbicos. Para las personas que no estén familiarizadas con la nueva filosofía económica de la gestión de la demanda de agua o electricidad y con los avances ya realizados en su aplicación en diversos países, dicha propuesta les puede parecer una especie de inducción al suicidio de las empresas suministradoras. Si su negocio es vender agua, ¿cómo se les puede pedir que la facturen de un modo que incentive el ahorro?
Efectivamente, si las empresas suministradoras se aferran a la idea de que su negocio consiste en facturar agua, serán hostiles a cualquier propuesta que ayude a sus clientes a ahorrar agua. Pero dicha idea es errónea. Una compañía suministradora de agua no es como una planta embotelladora. No vende agua para el consumo. Suministra agua para proporcionar una amplia y variada gama de servicios a los hogares y a las empresas. Sus clientes tampoco piden realmente metros cúbicos de agua. Lo que quieren es poder utilizar dichos servicios: lavarse, ducharse, lavar la ropa y la vajilla, fregar el suelo, cocinar, regar plantas, tirar de la cadena del lavabo, etc. Hasta el momento la forma de calcular las diferentes cuotas de servicio, en función del número de aparatos domésticos que consumen agua, pone de manifiesto la demanda final de los usuarios del agua suministrada. Pero todos estos aparatos pueden hacer el mismo servicio consumiendo más o menos agua (y de calidades distintas), lo que es totalmente contradictorio con el hecho de convertir la suma en una cuota fija.
La propia guerra del agua en la región metropolitana de Barcelona ha sido una prueba contundente del modo en cómo se lee habitualmente el recibo: las familias numerosas se han movilizado por el encarecimiento relativo de su factura, mientras que las personas que viven solas aún no se han quejado públicamente por el hecho de pagar más caro el metro cúbico de agua. Es evidente que la percepción social mayoritaria relaciona el importe total del recibo del agua con los servicios domésticos que el agua proporciona, y no con la mayor o menor cantidad de agua consumida para realizarlos. Cuando las compañías suministradoras tienden a garantizar ingresos con las cuotas fijas, que reducen significativamente el impacto del consumo total de agua sobre la facturación de sus clientes, ponen igualmente en evidencia que su objetivo es recuperar con beneficios las inversiones y gastos corrientes. El agua que corre por los contadores tampoco es su objetivo principal.
La gestión de la demanda parte de este hecho elemental: ni los clientes ni la compañía suministradora centran su interés en la cantidad del agua. Su relación contractual es un intercambio de servicios por facturas. En dicho intercambio el agua interviene sólo como medio para efectuar el servicio. La cantidad de agua consumida puede ser muy elevada, si los sistemas de utilizarla son muy ineficientes, y puede reducirse con aparatos más eficientes y sistemas de reutilización. El método de facturación vigente hasta el momento ha primado el despilfarro, y ha penalizado el ahorro en el uso del recurso para obtener los servicios. Partiendo de la base de que los clientes quieren servicios y las compañías quieren recuperar con beneficios sus inversiones, es posible alterar los términos del juego con un sistema tarifario que penalice el derroche, e incentive el ahorro y la reutilización. Se trata simplemente de cambiar los criterios del pacto entre la administración, la compañía y los clientes, garantizando a los usuarios que por los mismos servicios la factura no se encarecerá en términos reales dentro de la cesta de la compra, y garantizando a los inversores que la facturación cubrirá con creces (democráticamente vigilado por el organismo regulador) las inversiones realizadas (y decididas democráticamente).
¿Quién gana con el cambio? Todos un poco, y especialmente el medio ambiente. Del mismo modo que las políticas de gestión de la demanda eléctrica obtienen negawatts (es decir, potencia eléctrica ahorrada gracias a la mejora de la eficiencia global) que pueden destinarse a cubrir otros servicios, una gestión de la demanda de agua puede hacer emerger negahectómetros cúbicos disponibles para otros usos. Si existen demandas crecientes para proveer, ésta es una de las principales ganancias de la operación que beneficia a las compañías suministradoras. Ganan porque el coste de obtención de dichos negahectómetros cúbicos de agua llegará a ser progresivamente inferior al de conducir la misma cantidad de agua de puntos cada vez más alejados con transvases y sistemas de bombeo cada vez más faraónicos y costosos. Invertir en eficiencia puede ser más barato y rentable, ayudando a sanear las finanzas de las empresas suministradoras y a abaratar tendencialmente la factura del agua en el presupuesto de los consumidores en términos reales. Siempre y cuando, obviamente, el marco regulador tenga en cuenta todos los costes, tome la opción de la eficiencia, y desincentive la explotación irracional de los recursos.
Para el medio ambiente todo esto supone evitar que las nuevas demandas presionen sobre los sistemas naturales. Si el agua ahorrada llega a ser superior en las nuevas demandas, también puede ayudar a reducir la presión absoluta sobre el recurso natural en beneficio de las funciones ecosistémicas del agua. En definitiva, la política de gestión de la demanda tiende a contener primero, y a reducir después la actividad de captación, canalización y potabilización de agua para el suministro. Ofrece nuevas oportunidades de beneficios razonables a las empresas suministradoras. Ciertamente, a medio o largo plazo limita su campo de expansión futura. Sin embargo, sólo representa una limitación para sus actividades tradicionales. El ahorro y la reutilización abren nuevos campos de inversión en los que pueden entrar y diversificar su actividad, y reorientarla hacia el suministro eficiente de los servicios que necesitan agua. Ambas opciones requieren inversiones en infraestructuras, pero de un modo muy distinto: obras faraónicas en la política de oferta, y una diseminación de sistemas a pequeña escala en la política alternativa orientada a planificar desde la demanda .21 La gestión de la demanda es un reto empresarial y social que los invita a pasar de sólo vender agua a ofrecer los servicios eficientes que requieren.
Para que sea socialmente aceptada, la gestión de la demanda deberá garantizar que la factura que pagan los usuarios del servicio no se encarecerá. Pero si el consumo de metros cúbicos tiende a reducirse, el precio tarifado del agua podrá incrementarse. Ambas posibilidades son factibles simultáneamente: el importe de la factura es el resultado de multiplicar el precio por el agua consumida. Si el consumo baja el precio puede subir sin aumentar el importe del recibo. Todo esto implica, evidentemente, un pacto a tres bandas: entre las asociaciones de usuarios y vecinos, las empresas suministradoras y las administraciones con competencias reguladoras. Dicho pacto no puede ser sólo un acuerdo circunstancial. Debe ser un proceso global de concertación democrática continuada.

En Catalunya, sin ir más lejos

En las comarcas alrededor de Barcelona la necesidad de dar un giro hacia esta nueva política de gestión de la demanda está a la orden del día. El abastecimiento y el consumo de agua están en el centro de un cruce. Tal y como puede observarse en el cuadro 4, si a las actuales tendencias hacia una mayor dispersión metropolitana –que trasladan partes crecientes de la población hacia la periferia, segregándola socialmente y alejándola de las actividades y los servicios- se les añade la inercia de una planificación del suministro de agua exclusivamente contemplada desde la oferta, las demandas futuras superan con creces los recursos disponibles. La aceptación pasiva de dicha situación está en la base de las proyecciones actuales de la compañía Aigües Ter-Llobregat (ATTLL) y de su opción oblicua hacia el transvase de 375 hm3 al año procedentes del Ródano.
Pero las tendencias no son un destino. La sostenibilidad socioambiental de Catalunya depende justamente de la capacidad para contravenir democráticamente dichas tendencias segregadoras e insostenibles de la región metropolitana. 22 Si en lugar de incitar al aumento del consumo de territorio y recursos a favor de un modelo urbano de peor calidad ambiental, y más injusto socialmente, la concertación democrática entre las administraciones y los ciudadanos actúa con decisión para reorientar las tendencias, es perfectamente viable garantizar un suministro de agua de calidad asequible para todos los usos, reduciendo simultáneamente las presiones insostenibles sobre nuestros ríos y acuíferos. Basta con que una política activa de gestión y racionalización de la demanda favoreciera una convergencia de los consumos y dotaciones de la periferia metropolitana con las actuales en Barcelona, para que se disipara la necesidad de conducir agua de fuera (incluso aceptando un aumento de la población muy improbable y el avance de una dispersión metropolitana completamente indeseable: véase el cuadro 4).
La fiscalidad ambiental y las tarifas progresivas son instrumentos importantes de esta nueva política hidrológica de gestión de la demanda, que debería intentar acercarnos al valor guía de 250 litros por persona y día –150 para usos domésticos y 100 más para las actividades industriales, comerciales y de servicios- sugerido por Narcís Prat en su propuesta alternativa de planificación hidrológica en las cuencas internas catalanas. 23 Combinada con una recuperación inteligente de los acuíferos locales, el fomento de la reutilización de aguas depuradas –en 1998 se depuraron 555 hm3, y una vez finalizado el Programa de Saneamiento habrá unos 700 hm3 anuales24–, la aportación puntual de la desalinización, y las transferencias intersectoriales con los usos agrícolas, la nueva gestión del agua también puede garantizar la recuperación de los caudales mínimos ecológicos de los ríos y de su calidad biológica.

La ecoeficiencia industrial

En las cuencas internas de Catalunya el consumo urbano representa cerca del 45% del total, y el 69% dentro del ámbito servido en alta por el sistema Aigües-Ter-Llobregat. Los usos industriales representan un 21%, y el 31% de la red ATLL.25 A diferencia de los tributos domésticos vigentes hasta la nueva ley del agua, la tasa de saneamiento aplicada sobre los consumos industriales empezó a tener una capacidad estimuladora del ahorro del recurso, y de la reducción de los vertidos, cuando a partir de 1992 se introdujo la obligación de declarar la carga contaminante vertida. Esto ha permitido generalizar el tipo de gravamen individualizado para cada empresa, en función de la concentración de parámetros de contaminación: materias en suspensión, materias oxidables, sales solubles y materias inhibidoras, sobre las que se ha añadido después los nutrientes N y P, y los incrementos de temperatura superiores a 3 ºC. Esta estructura de la tasa de saneamiento industrial ha tendido a generar una doble respuesta, con el objetivo común de minimizar el pago del tributo: reducir el consumo de agua, y/o reducir la carga contaminante vertida.
De hecho esto es lo que ha ocurrido en los últimos años. A pesar que entre 1994 y 1998 han aumentado un 58% las declaraciones individualizadas de vertido, la recaptación fiscal global del ITS industrial ha tendido a reducirse a consecuencia de las mejoras introducidas por las empresas, tanto en sus procesos como en los sistemas de depuración y reutilización. Esto ha permitido a la Junta de Saneamiento aumentar la cobertura de la tasa introduciendo nuevos parámetros para reforzar la tendencia a la mejora ambiental, y estabilizar la contribución de las empresas industriales en los gastos públicos en saneamiento. Estos resultados parecen indicar la existencia previa de una capacidad tecnológica para mejorar la eficiencia en el uso industrial del agua en muchos sectores. En lugar de ser un obstáculo para su competitividad, la aplicación de un impuesto mínimamente incentivador combinado con la oferta de subvenciones en la reducción de la carga contaminante ha incitado la difusión de mejoras técnicas ya disponibles en el mercado.
Los propios estudios de la empresa pública Aigües Ter-Llobregat (ATLL), principal impulsora del proyecto de transvase del Ródano, reconocen la tendencia general a la disminución de los consumos industriales de agua28 . Sin embargo, el Plan Hidrológico de las cuencas internas aprobado en 1998 por el Consejo Nacional del Agua todavía mantiene una previsión de crecimiento del suministro industrial desde los 305 actuales hasta 414 hm3/año para el 2012. ATLL se limita a proyectar para el 2025 un escenario de práctica de estabilización – de los 156 actuales a 159 hm3/año– que considera compatible con el crecimiento de la propia industria. Según otro estudio del Institut Català de l’Energia (ICAEN), basado en 415 auditorías del uso del agua entre 1992 y 1997, los diferentes sectores industriales todavía podrían reducir un 30% o un 40% su demanda conjunta de agua con inversiones rentables a su alcance (que según Narcís Prat equivaldrían a un ahorro de 46 hm3/año).29
Un estudio de Cristina de Gispert ha evaluado las respuestas a la aplicación de la tasa de saneamiento de una muestra de industrias conectadas a la red de Aigües Ter-Llobregat en la región metropolitana de Barcelona, que en 1997 pagaban el agua a 188 ptas./m3 como media (el precio variaba realmente desde un mínimo de 63 a un máximo de 530 ptas./m3, según los casos). Sus resultados muestran una respuesta más sensible de los sectores textil y químico, y una capacidad menor de reacción en industrias como la alimentaria o el papel en el que el agua se convierte en un input que se incorpora al producto. Esto corrobora que la aplicación de una política fiscal y tarifaria incentivadora puede obtener respuestas a corto plazo que mejoren la ecoeficiencia hídrica en bastantes sectores industriales30. La misma autora señala que este carácter incentivador se vería reforzado si el tributo industrial de saneamiento fuera todavía más progresivo, aplicando tipos impositivos crecientes según el nivel de las emisiones contaminantes. También observa el peligro de que las respuestas se limiten a un mero desplazamiento desde la conexión a la red de ATLL hacia la obtención directa de aguas de pozos, que acostumbra a ser más barata. En el ámbito territorial de ATLL las empresas que obtienen agua exclusivamente de esta compañía representan un 73% del total. Pero sólo representan un 33% de los caudales empleados por la industria porque las más consumidoras tienen sistemas propios de suministro.
Este comienzo esperanzador de las políticas incentivadoras de la eficiencia hídrica en la industria contrasta con el enfoque meramente inercial del incremento de la oferta para el resto de usos. La difusión de tecnologías de ahorro y reutilización para el ámbito doméstico topa de entrada con barreras mayores que en el sector industrial. Pero no hay ninguna razón de fondo para que las herramientas de la fiscalidad ambiental y la nueva cultura del agua no se apliquen también a los entornos urbanos. Sin embargo, es en el sector agrario donde se hace más patente la grave hidroesquizofrenia que sufre nuestro país.

El agua de riego y las dos Catalunyas

Como si se tratara de dos mundos separados que no tuviesen nada que ver uno con otro, la planificación hidrológica divide Catalunya en dos dominios: las cuencas internas que están cara al Mediterráneo, y las tierras del interior que desembocan en el Ebro. En el dominio hidráulico de las cuencas internas hay algunas de las zonas agrícolas más fértiles, rentables y dinámicas. Pero el regadío sólo representa alrededor de un 29% de los usos consuntivos del agua. En la parte de Catalunya hidrológicamente integrada en las cuencas del Ebro el regadío representa un 86% de toda el agua consumida. Este contraste en los usos del agua es un calco de la distribución territorial de la población y las actividades económicas. El litoral concentra habitantes, industrias y servicios. En la Catalunya interior, las actividades agrarias y ganaderas afrontan graves dificultades socioeconómicas, en un proceso de envejecimiento y retroceso relativo.
Además de reflejar los contrastes territoriales de Catalunya, la partición de la gestión hidrológica en dos compartimentos se convierte en un factor añadido que mantiene y refuerza nuestra hidroesquizofrenia. Se trata de un desdoblamiento de la personalidad hídrica que genera muchos comportamientos irracionales. Por ejemplo éste: a pesar de la sequía de mercados con la que topan los excedentes agrarios de toda la Unión Europea, y las previsiones establecidas por la Agenda 2000, con el agua del embalse de Rialb sólo se quiere ampliar la superficie de riego a 70.000 nuevas hectáreas de olivares y cultivos herbáceos, sin preguntarse antes si no existiría la posibilidad de usos compartidos más sensatos y rentables para todos.
Mientras se firman protocolos para subvencionar con caudales públicos dos terceras partes del coste del canal Segarra-Garrigues, el artículo 37 de la nueva Ley de agua exonera al agua de uso agrícola del pago del tributo «salvo que haya contaminación de carácter especial en naturaleza o cantidad para abonos, pesticidas o materia orgánica comprobada por los servicios de inspección de la Administración competente." El artículo 44 aplica el coeficiente cero al tipo de gravamen de los usos agrícolas que no queden exentos por el criterio anterior (igual que en el uso del agua para la producción hidroeléctrica, la refrigeración industrial en circuitos abiertos o mixtos, y la acuicultura). Todo esto no congenia con los planteamientos de las directrices de la UE, tanto en la planificación hidrológica como en la política agraria. Significa seguir manteniendo un muro de separación entre la economía del agua practicada en la agricultura y el resto de sectores.
Antes o después es inevitable que muchos ciudadanos y contribuyentes se pregunten qué sentido tiene seguir subvencionando el abastecimiento de agua para regar unos cultivos que también están subvencionados, y a menudo son excendentarios. Las tarifas que se pagan por el agua de riego, y la rentabilidad real de cada metro cúbico utilizado en la agricultura, varían enormemente según el tipo de cultivo, las zonas agrarias y las explotaciones. Pero el análisis global de las cuentas del agua en toda España en 1991, presentadas a la OCDE, muestra que los regantes pagaron de media unas 7 ptas./m3 mientras el coste medio del transporte de aguas rondaba las 18 ptas./m3. Esto quiere decir que el sector agrario a duras penas pagaba el 40% del agua que consumía, y recibía por este sistema una subvención anual de 330.000 millones de pesetas.31
Detrás de estas ingentes subvenciones se esconde toda una serie de ineficiencias. En los regadíos valencianos el coste medio del agua se sitúa en torno a las 19 ptas./m3, y todavía predomina la facturación por unidad de superficie.32 En los regadíos de la Mancha el margen bruto obtenido con el riego es de 48 ptas./m3 por el trigo y la cebada, 23 ptas./m3 por el girasol y 20 para el maíz (contando las subvenciones como ingresos, y restando sólo los costes directos de maquinaria, inputs y mano de obra no familiar).33En los regadíos del valle del Ebro los mismos cultivos obtienen un margen neto entre 7 y 10 ptas./m3 (deduciendo también las amortizaciones, cargas sociales, gastos financieros, etc.). Si al margen neto le quitamos el coste de la mano de obra familiar y la renta de la tierra, los beneficios reales a duras penas llegan a dos pesetas por metro cúbico. Si descontamos la subvención al producto, muchos de estos cultivos herbáceos se riegan con pérdidas. Pedro Arrojo y Estella Bernal estiman que si los regadíos aragoneses analizados tuviesen que pagar el agua a 16 ptas./m3, y desapareciesen las subvenciones al cultivo, un 45% entraría en números rojos y el 90% obtendría una rentabilidad insuficiente para mantener la actividad.
Los contrastes son muy grandes entre diversas zonas y estructuras de riego, y generalizar demasiado puede resultar muy injusto. Para el conjunto de Andalucía, Joan Corominas estima que la productividad del agua es inferior a 65 ptas./m3 en una cuarta parte de la superficie regada, pero un 45% del valor de toda la producción agraria de regadío proviene del 10% más rentable de la superficie regada (generalmente hortalizas y frutas en invernaderos o cultivos hidropónicos) en los que se obtienen rentabilidades del agua superiores a las 250 ptas./m3. También son los regadíos más eficientes, y los que generan más ocupación por hectárea cultivada contribuyendo al equilibrio territorial y social.34
Todos estos ejemplos presentan un denominador común: la eficiencia del agua utilizada en la agricultura es bastante diversa, pero muy baja en una franja demasiado amplia de las superficies regadas. Las grandes áreas de riego de las comarcas de poniente de Catalunya no son una excepción. Un estudio en detalle del aprovechamiento del agua en los riegos del Canal de Urgell realizado en el municipio de Arbeca muestra que la eficiencia media no supera el 30%, y que la mayoría se pierde por percolacíón y un 23% de las balsas y acequias. En cambio, la mayor adecuación del sistema de riego al tipo de suelo permite que en Linyola los mismos cultivos consigan aprovechar el agua en el 86%, y sólo se pierda un 6% por percolación.35
La mejora de los sistemas de riego y la modernización ambiental de los regadíos esconden un gran potencial de agua que podría estar disponible para otros usos. Tal como señala José Manuel Naredo, la baja eficiencia de los usos agrarios del agua está relacionada con las barreras institucionales y económicas que aíslan las dotaciones hídricas de estos sectores en un compartimento estanco:
«El principal escollo institucional a remover es el que congela las disponibilidades de agua en tres compartimentos estancos: el de agua para riego, el de agua para abastecimiento urbano e industrial y el del agua envasada o de mesa. La disparidad de precios a los que se facturan las cantidades de agua utilizada en cada uno de estos tres mundos aislados es tan grande, que parecería indicar que no proceden del mismo ciclo hidrológico o que las separan diferencias de calidad mucho más generales y marcadas de las que de hecho se observan: en el primero de estos mundos es corriente que se esté pagando cerca de una peseta por metro cúbico, mientras que en el segundo se pagan del orden de cien pesetas por metro cúbico y en el tercero muchos miles de pesetas por metro cúbico, multiplicándose por más de cien los precios del agua al pasar de un nivel al otro. Estas disparidades de precios o tarifas se prolongan en el interior de cada uno de los colectivos de usuarios, sin razones económicas que las justifiquen».36
El congreso Hacia una nueva cultura del agua, celebrado en Zaragoza en setiembre de 1998, lanzó esta recomendación: mejoremos el regadío en lugar de aumentarlo. El embalse de Rialb y el canal Segarra-Garrigues tendrían que ser la ocasión para proponer el mismo en Catalunya. Desde el punto de vista de la nueva cultura del agua, la presa de Rialb ya ha sido un gran error. Que sea el último. El problema de los campesinos y el mundo rural existe, y es más urgente en las tierras de secano. Pero la solución no pasa por seguir subvencionando el agua de una manera económicamente distorsionadora y ambientalmente insostenible.
La solución es ir a la raíz del problema para garantizar la viabilidad de la agricultura catalana, y del mundo rural en su conjunto. Por su papel en el suministro cercano y la seguridad alimentaria, y por los trabajos que desarrollo en el cuidado del territorio, el campesinado tiene derecho a reclamar a la sociedad una compensación económica digna. En el marco de un nuevo pacto para la sostenibilidad entre el campo y la ciudad, hay que establecer nuevas reglas para una subvención directa que remunere las funciones vitales para el equilibrio territorial y socioambiental que desarrolla el mundo rural. Pero son las explotaciones las que hay que subvencionar. No el agua, ni el combustible ni los agroquímicos.
Hay que empezar a abrir compuertas en el muro que separa el agua de la agricultura de la del resto de sectores. Poco a poco los campesinos tendrán que admitir pagar más por el agua y usarla de manera más eficaz. El desequilibrio económico que esto comportará en sus cuentas de explotación se tiene que compensar simultáneamente con subvenciones directas para otros conceptos. Al fin y al cabo, pagar más por el agua, y depender menos de ella, se convertirá en una garantía de estabilidad para el campesinado. Si el mundo rural y el mundo urbano tuviesen que acabar compitiendo encarecidamente por el agua como recurso escaso en un mercado sin intermediaciones públicas ni criterios democráticos, y con los precios tan dispares que ya tenemos ahora está claro quién saldría vencedor.37
El ejemplo del Banco del Agua de California demuestra que una buena regulación de las transferencias económicas de agua entre sectores económicos puede ser una buena alternativa, mucho más barata y ambientalmente saludable, a los transvases de cemento entre territorios y cuencas. Este mercado del agua californiano, públicamente regulado, autoriza a los agricultores a vender una parte de sus concesiones de riego sin miedo a perder dicha concesión. Como los compradores urbanos siempre la pagarán más cara, con lo que ingresan de estas ventas los agricultores pueden compensar la reducción de las cosechas y además financiar inversiones en sistemas de riego más eficientes que permitan regar las mismas superficies con menos agua. Todos ganan un poco, y el medio ambiente el que más.39 No se trata de transferir grandes caudales, cambiándolos de destino económico. La aportación principal de las transferencias intersectoriales de un banco de aguas como el californiano es ofrecer una garantía de suministro para hacer frente a las situaciones puntuales pero reiteradas de sequía.39
Tampoco se trata de substituir la planificación de un bien común como el agua por un libre mercado sin restricciones. Se trata de planificar de otra forma, con otros instrumentos, entendiendo que los usos se pueden compartir mejor y con más eficacia. Sin discutir que el uso preferente del agua de Rialb tiene que ser el agrícola, este enfoque podría empezar a aplicarse en la puesta en marcha de la que tiene que ser la última gran presa de Catalunya. Según el tipo de cultivo y las formas de riego que se apliquen en Urgell, la Noguera, el Segrià, la Segarra y las Garrigues, los consumos de agua serán muy diferentes. Así como la posibilidad de compartirla. Desde el punto de vista de la nueva cultura sostenible, garantizar el suministro de agua no es una función independiente de regular las actividades agrarias o planificar el territorio en su conjunto. No parece muy sensato ir a buscar al Ródano una reserva estratégica de agua cuando está a punto de inaugurarse el mayor embalse del territorio catalán. Antes de comprometernos con la firma de un tratado internacional entre dos estados para transferir agua por un tubo, vale más resolver nuestra propia hidroesquizofrenia.40

Democracia ambiental y cisternas del WC

Tal como ha escrito el economista ecológico, José Manuel Naredo, para evitar nuevas guerras del agua nos hace falta un nuevo enfoque económico y ambiental que parta de la aceptación de que el ciclo hidrológico es un recurso limitado que compartimos con la Naturaleza:
«El problema del agua en nuestro país no se resuelve con soluciones meramente técnicas, sino que exige, por una parte, asociaciones de usuarios que se ocupen activa y responsablemente de la gestión del agua y, por otra, un marco de información solvente y generalmente admitido sobre el que se pueda apoyar la negociación y la toma de decisiones en un marco que le sea propicio. Las carencias observadas en estos requisitos nos han llevado por la pendiente del enfrentamiento y la crispación social, haciendo que el problema del agua fuera cada vez más problemático para los políticos con competencias sobre el tema: sin mercados de agua ni foros de negociación adecuados, sin asociaciones de usuarios responsables de la gestión con las que se pueda convenir las bases del necesario reajuste entre exigencias y disponibilidades, y sin un marco de información (físico y monetario) generalmente admitido para ello, el problema del agua está llamado a transformarse en guerras del agua».41
En 1991 se firmó en California un verdadero pacto social entre las principales empresas suministradoras y los grupos ecologistas para aplicar las mejores prácticas de gestión (best management practices, BMP). La firma del memorando dio paso a la creación de un consejo urbano para el ahorro de agua (California Urban Water Conservation Council) que realiza un seguimiento de la aplicación de las mejores prácticas en las agencias locales y las compañías suministradoras. La composición del Consejo es paritaria – la mitad son miembros de las agencias, la otra de los grupos ecologistas – y sus decisiones se tienen que tomar por consenso. Envía sus informes al organismo regulador del Estado (California Water Resources Control Board), y dispone de un presupuesto propio. Uno de sus objetivos es reducir el consumo doméstico hasta 169 litros por persona y día, desde los 245 actuales, y una de sus actuaciones iniciales ha sido estimular la substitución de un millón y medio de cisternas de lavabo por otras de consumo reducido42. Aquí y allí la lección está bastante clara. Antes que nada, la solución al problema del agua es más y mejor democracia.

Referencias

1 Según un estudio elaborado por el PSC, citado en El País, edición de Catalunya, 14/4/1998.
2 Para la caracterización de esta interficie socioecológica, véanse los trabajos recientes de Ramon Folch: Ambiente, emoción y ética. Actitudes ante la cultura de la sostenibilidad. Barcelona: Ariel, 1998; y Diccionario de socioecología. Barcelona: Planeta, 1999.
3 Los límites de dónde acaba la biosfera y empieza la tecnosfera son tan borrosos y convencionales como otras cuestiones socioecológicas. En lo relativo a la parte del ciclo del agua derivado hacia los usos domésticos, la red de suministro empieza en las captaciones (embalses, pozos) y acaba en el contador de cada casa. Pero por la parte de las salidas la cuestión es menos clara: el enlace de retorno a los sistemas naturales tenemos que situarlo en las infraestructuras de depuración, ¿o tenemos que incluir también el alcantarillado? De hecho, ahora que el urbanismo de las redes y la visión socioecológica de la ciudad recuperan las galerías de servicios que ya proponía Ildefons Cerdà a mediados del s. XIX quizá sería más adecuado considerar el alcantarillado como una prolongación en el subsuelo de los edificios de la ciudad. Un argumento a favor de considerarlo así, y cargar el coste en el IBI y el IAE correspondiente, es la posibilidad de modularlo en función de los metros lineales de alcantarillado en el subsuelo divididos por la altura del edificio que sirve. De esta manera, la fiscalidad ambiental penalizaría como es debido las construcciones de muy baja densidad, premiando el ahorro de territorio. El mismo criterio podría aplicarse a las otras redes de servicios a los edificios.
4 La repercusión desigual en el territorio de estos gastos acostumbra a esconder subvenciones horizontales, tal como señala el estudio comparativo del proyecto Eurowater (Massarutto, A. La situació tarifària dels serveis hídrics a Europa. En: Esquerrà, J.; Oltra, E.; Roca, J. y Tello, E. [coords.]. La fiscalitat ambiental a l'àmbit urbà. Aigua i residus a la regió metropolitana de Barcelona. Barcelona: Publicaciones de la Universidad de Barcelona, 1999, pág. 133-150). Sería conveniente conocer con una cierta precisión la existencia y la evolución de estos transvases intercomarcales o intersectoriales de los costes del suministro y el saneamiento del agua en Catalunya.
5 Según datos de la Junta de Saneamiento citados por Prat, N. El sanejament a Catalunya (1996-1998), Depana (inédito). Los ingresos de los tributos de saneamiento pasaron de 18.593 millones de pesetas en 1993 a 23.181 en 1998, con un 80% de ellos procedentes del ITS de origen doméstico o industrial y el resto de canon pagado por extracciones de pozos privados (Junta de Saneamiento. Memòria d'activitats 1998. Barcelona: Generalitat de Catalunya, 1999, pág. 54). Según J. Gasull, representante de la CONFAVC, hasta 1993 los usuarios domésticos pagaban el 78% de los ingresos de saneamiento, mientras que en 1994 las proporciones cambiaron: la industria contribuyó con unos 10.400 millones y los usuarios domésticos con 9.600 (en Samper, J. y Llamas, M. R. [coords.]. Las aguas subterráneas en el Libro Blanco del Agua en España. Madrid: Ministerio de Medio Ambiente, 1999, pág. 213-24).
6 La media mundial y europea, en el Instituto de Recursos Mundiales (WRI), Población y medio ambiente. La guía global del medio ambiente. Madrid; Editorial Ecoespaña, 1995, pág. 384-385. Los datos de las cuencas hidrográficas españolas proceden de la evaluación de MOPT de 1993 citadas por Fernández Mejuto, M.; y Llamas Madurga, M. R. Infraestructuras hidráulicas. Tópicos y manipulaciones en torno a la política del agua. Ecosistemas, nº 16, 1996, pág. 48.
7 Citado por Ros, J. El agua: perspectiva ecológica. Barcelona: Programa de Formación Ambiental de AGBAR, AGBAR/ERF, 1997, nº 15.
8 Agencia Europea del Medio Ambiente. La Aplicación y la Efectividad de los Impuestos Ambientales. Barcelona: Institut Català de Tecnologia/Centre d'Estudis d'Informació Ambiental, 1997, pág. 21-22. Para los criterios generales, véase Roca, J. «Fiscalitat ecològica: introducció i aspectes generals». En: Esquerrà, J.; Oltra, E.; Roca, J.; Tello, E. [coords.]. La fiscalitat ambiental a l'àmbit urbà..., op. cit., pág. 13-27; y también, Fiscalidad ambiental y «reforma fiscal ecológica". Bilbao: Cuadernos Bakeaz nº 27, 1998.
9 Para los aspectos jurídicos y normativos véase Perdigó, J. «La tarifa del servicio de suministro domiciliario de agua en el área metropolitana de Barcelona». En: Esquerrà, J.; Oltra, E.; Roca, J.; Tello, E. [coords.]. La  fiscalitat ambiental a l'àmbit urbà..., op. cit., pág. 159-192.
10 Propuesta de Directiva del Consejo por la que se establece un marco comunitario de actuación en el ámbito de la política de aguas, presentada a la Comisión el 15/4/1997 y publicada en el Diario Oficial de las Comunidades Europeas nº C184/20 el 17/6/1997.
11 Tal como afirma Bernard Barraqué, en el conjunto del ámbito europeo la repercusión completa de los costes sobre los precios tarifados es más un objetivo al que tender que una realidad inmediata: «la experiencia histórica muestra claramente la dificultad de aplicar este tipo de políticas en las fases expansivas del ciclo de desarrollo de las redes, en las que el servicio tiene que ser de alguna manera racional. La aplicación rígida y literal del full cost pricing se ve moderada en todos los países europeos por formas más o menos ocultas de subvención que se producen en el interior del sistema hídrico." («Sostenibilitat i gestió dels recursos hídrics: el projecte Eurowater». En: La fiscalitat ambiental a l'àmbit urbà..., op. cit., pág. 126). Lo mismo constata A. Massarutto: «el problema que vemos en todas las situaciones es el de encontrar algún tipo de compromiso entre la aplicación rigurosa del principio «quien usa paga» – según el cual la tarifa de cada usuario tendría que calcularse sobre la base del coste marginal que él impone a la infraestructura colectiva – y la necesidad de aplicar algún tipo de solidaridad para suavizar las desigualdades que este principio produciría". («La situació tarifària dels serveis hídrics a Europa», ídem, pág. 148).
12 Lo confirma hasta el estudio de Agbar, El preu de l'aigua a diferents ciutats europees. Año 1997, Barcelona, 1998 (véase resumen en Tello, E. «Tarifes i taxes en el cicle de l'aigua». En: La fiscalitat ambiental a l'àmbit urbà..., op. cit., pág. 107). Para la noticia de otros estudios, donde Barcelona siempre figura como el agua más cara, véase El País de 8/2/1998 y 4/9/1999.
13 Roca, J.; Tello, E.  L'evolució dels preus de l'aigua domèstica a l'àrea metropolitana de Barcelona del 1990 al 2000, Entitat Metropolitana de Barcelona, 1999, pág. 8.
14 Según un estudio comparativo de las tarifas del agua referido al año 1993, sin contar los costes de saneamiento, que pasan por los presupuestos públicos, el porcentaje del presupuesto familiar destinado a la factura del agua era del 0,4% en Italia y Bélgica, el 0,6% en Francia, el 0,7% en Suecia, el 0,8% en Alemania y el 1% en Austria (citado en Arrojo, P.; Naredo, J.M. La gestión del agua en España y California, Bilbao, Bakeaz/MAB/Coagret, 1997, pág. 85-86). Se pueden tomar como indicación general, pero no son estrictamente comparables a los citados en el texto. Tal como argumenta el estudio de Agbar antes mencionado, hay tantos condicionantes diversos en los precios del agua que éstos sólo son comparables cuando se adoptan unos supuestos metodológicos coherentes y comunes para todos los casos.
15 Anuari Estadístic de la Ciutat de Barcelona. Ayuntamiento de Barcelona, 1996, pág. 414. El consumo doméstico de agua en la ciudad de Barcelona no es comparativamente exagerado, a pesar de poder reducirse todavía con medidas de ahorro y eficiencia. Fue de 49,3 m3 por habitante y año en 1996. En 1991 había 576.640 viviendas principales –sin contar segundas residencias-, que para una población actual de 1.508.805 habitantes representa unas 2,6 personas por vivienda. Si consideramos que cada vivienda corresponde a una familia, el consumo familiar de agua fue como media de 129 m3 en el año 1996. Toda el agua consumida en Barcelona, contando los consumos de la industria y los servicios, era de 76,7 m3 por habitante (Anuari Estadístic..., op, cit., pág. 50, 409 y 457). Esta última cifra, equivalente a 210 litros de agua facturada por persona y día, es inferior al valor guía máximo de 250 l/h/día que propone Narcís Prat en su propuesta alternativa al actual Plan Hidrológico de las cuenca internas de Catalunya (Prat, N. «Planificar l'aigua i oblidar-se de la vida». En:. Borràs, A. [et al.]. Ecologia i territori a Catalunya. Bellaterra: Acció Ecologista/UAB, 1996, pág. 15-30). Añadiendo las pérdidas de la red de suministro –una parte son pérdidas físicas y otra subcontaje-, Anna Prat estima en 1997 un suministro de 276 l/h/día y un consumo real de 225 l/h/día, de los que 135,3 son para consumo doméstico, 14,3 para riego, y 60,3 para usos comerciales e industriales (Barracó, H.; Parés, M.; Prat. En.; Terradas, J. Barcelona 1985-1999. Ecologia d'una ciutat. Ayuntamiento de Barcelona, 1999, pág. 85). Sin llegar a plantearse reducir los consumos per cápita, el esbozo en curso de aprobación de la futura Agenda 21 de Barcelona prevé una reducción de las extracciones del Ter de 28 hm3/año –cerca de un 20% del consumo, y un 14% del abastecimiento-, sólo aumentando el aprovechamiento de las aguas subterráneas (23 hm3/año, quince potabilizados y siete para usos no potables), la reutilización de aguas depuradas (4 hm3/año) y el aprovechamiento de aguas pluviales (1hm3/año): Consell Municipal de Medi Ambient i Sostenibilitat, Agenda 21 de Barcelona. Documento preparatorio, Ayuntamiento de Barcelona, junio de 1999, pág. 27.
16 La comparación entre el gasto de agua y el escolar resulta muy pedagógica para la nueva cultura de la sostenibilidad. Nadie tendrá más hijos porque la enseñanza sea gratuita, pero la gratuidad o un excesivo abaratamiento del agua son una clara inducción a despilfarrarla. Véase Tello, E. «Por qué la escuela debe ser gratis y el agua no». En: Pie de Paz, nº 50, 1999, pág. 84-88.
17 Roca, J.; Tello, E. L'evolució dels preus de l'aigua doméstica a l'àrea metropolitana de Barcelona del 1990 al 2000. op. cit., pág. 9.
18 Aproximadamente el 62% de los hogares de la región metropolitana tenían en 1991 menos de cuatro miembros, un 23% tenía cuatro, y sólo un 15% más de cuatro. En lo relativo a la población, un 42% vivía en viviendas de menos de cuatro miembros, un 31% las compartían entre cuatro personas, y sólo el 27% convivía en hogares de cinco o más personas. En la comarca del Barcelonès el porcentaje de hogares numerosos todavía era más pequeño. (Patronat Municipal de l'Habitatge. Les necessitats d'habitatge a la regió metropolitana de Barcelona. Qüestions d'habitatge núm 4. Barcelona: junio de 1999, pág. 9 y 25).
19 Según ATLL, «las tarifas del sistema no tienen que depender únicamente de los volúmenes de agua trasvasados. Como ya se ha indicado, no tenemos que aceptar la calificación de la operación como una venta de agua sino, por el contrario, proponer la constitución de un servicio público de abastecimiento a poblaciones. Desde esta perspectiva, la infraestructura proyectada tiene que cumplir, en cualquier caso, una función de garantía del suministro al servicio público de abastecimiento en alta, función que no precisa que se proceda en todo momento a la presentación efectiva y al consumo de todo el volumen de agua para el que se ha dimensionado la infraestructura. Por lo tanto, se trata de fijar una cuota de tarifa que podríamos calificar de garantía, cuya meritación sería independiente de la disposición efectiva de los caudales consumidos en cada momento. Entonces es obvio que una parte de la tarifa de la prestación del servicio público tendrá que ser independiente del consumo efectivo y tendrá que vincularse exclusivamente al hecho de que la entidad territorial destinataria disfrute de la garantía y la seguridad que le ofrece el abastecimiento transnacional (cuota fija o de servicio)"; ATLL L'abastament d'aigua a les comarques de l'entorn de Barcelona. Barcelona: Generalitat de Catalunya/ATLL, 1999, pág. 87. El citado informe de ATLL habla de unos gastos variables de 31,2 ptas./m3 (pág. 77), mientras fuentes de la CONFAVC cifran el encarecimiento en 70 ptas./m3 (Gasull, J., op. cit., pág. 214). Hay que tener presente que el estudio de ATLL «parte de un nivel de subvención de capital del 50% de la inversión en la parte de Catalunya, dado que el carácter de interés general del proyecto» (op. cit., pág. 66). Lo que quiere decir que al coste repercutido sobre las tarifas de los usuarios habría que sumar el soportado como contribuyentes.
20 Estevan, A. «Las nuevas técnicas de gestión integral de la demanda eléctrica y su aplicación a la economía del agua». En: Naredo, J. M. [ed.]. La economía del agua en España, op. cit., pág. 103-120. Para una visión general referida a muchas más actividades: von Weizsäcker, E. U.; Lovins, L. H.; Lovins, A B.  Factor 4. Duplicar el bienestar con la mitad de los recursos naturales. Informe al Club de Roma. Barcelona: Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores, 1997 (Amory Lovins y sus colegas del Rocky Mountain Institute en Colorado fueron los iniciadores de la nueva filosofía de la gestión de la demanda en la planificación eléctrica, y los inventores del concepto de negawatt).
21 El estudio de ATLL a favor del transvase del Ródano considera económicamente inviable una reducción de los consumos de agua por vivienda modificando los dispositivos actuales (lavabo, grifos, duchas, etc.) que, supuestamente, «podría costar un mínimo de 100.000 pesetas por vivienda» (L'abastament d'aigua a les comarques de l'entorn de Barcelona. Barcelona: Generalitat de Catalunya/ATLL, abril de 1999, pág. 35). Sin embargo, el coste del acueducto del Ródano se estima en el mismo estudio a la baja en 150.000 millones de pesetas (y la experiencia demuestra reiteradamente que en este tipo de obras siempre hay desviaciones presupuestarias). Sólo el canal Segarra-Garrigues está presupuestado en 164.000 millones, sin contar la presa de Rialb ya construida (El Periódico de Catalunya, 28/9/1999). En 1996 había en la región metropolitana de Barcelona 1.465.900 hogares familiares, donde vivían 4.228.948 personas. Según esto, invertir 100.000 pesetas en cada hogar para ahorrar agua costaría una cifra equiparable al transvase del Ródano o el canal Segarra-Garrigues. ¿Por qué una opción se considera viable económicamente y la otra no?
22 Para el debate urbanístico entre la dispersión metropolitana y la apuesta alternativa para un sistema de ciudades plurifuncionales que mantengan internamente su diversidad, compactividad, accesibilidad y calidad socioambiental, véase el nº 22 de Medio Ambiente. Tecnología y Cultura; el catálogo de la exposición La ciutat sostenible (Centre de Cultura Contemporània/Diputació de Barcelona, 1998); y el libro de Rueda, S. Ecologia urbana. Barcelona i la seva regió metropolitana com a referents. Barcelona: Beta Editorial, 1995.
23 Prat, N. «Planificar l'aigua, oblidar-se de la vida», op. cit.; y también «Retos para la conservación de los ríos». Ecosistemas, nº 20/21, pág. 42-47. Hay que recordar que las asociaciones de vecinos vanguardistas de la guerra del agua proponen cien litros por persona y día como lindar básico de consumo doméstico. El propio estudio de ATLL subraya que las nuevas demandas latentes se originan particularmente en «las comarcas del Alt Penedès, de la Anoia, del Garraf, del Maresme Nord y de la zona costera de la Selva, actualmente no conectada a la red nacional, así como los incrementos fuertes del Maresme Sud y el Vallès Oriental", mientras «la comarca del Barcelonès no generaría ninguna demanda latente en la red regional". (L'abastament d'aigua..., op. cit., pág. 17). También señala que «el incremento de la demanda del mes de julio es casi el triple que la media mensual de este incremento» (pág. 16). Éstos tendrían que ser, justamente, los objetivos prioritarios de una gestión de la demanda que combinase unas tarifas progresivas con la oferta de ayudas y bonificaciones a la inversión en ahorro y reutilización. Las tarifas y los tributos también podrían ser variables según la escasez relativa de los meses del año, y según la pluviosidad o sequía de cada año. Se da la paradoja de que los consumos por habitante son más altos donde las viviendas tienen más capacidad de aprovechar las aguas pluviales, o espacio para instalar sistemas domésticos de reutilización.
24 Junta de Saneamiento. Memòria d'activitats 1998. doc. cit., pág. 43 y 47. Actualmente sólo se reaprovecha el 3,75%, pero la propia Junta de Saneamiento considera que las demandas existentes permitirían reciclar hasta un 41% de los 693 hm3/año de  caudales depurados (pág. 47): es decir, 283 hm3/año. De éstos, 95 hm3/año se quieren utilizar por caudal ecológico –especialmente en el Llobregat-, y hasta 63 hm3/año servirían para el riego agrícola de suelo ya regado, substituyendo a otros recursos. También se prevé dedicar hasta 14 hm3/año a campos de golf, que podrían tener un destino más sensato.
25 Prat, N. «Planificar l'aigua...», op. cit., pág. 16-17,yATLL. L'abastament d'aigua a les comarques de l'entorn de Barcelona, op. cit., pág. 12. En las cuencas internas los usos agrícolas representan el 29%, y el turismo el 5% restante.
26 de Gispert, C.  «El tributo de saneamiento sobre las aguas residuales en Catalunya». En: Esquerrà, J.; Oltra, E. ; Roca, J.; Tello, E. [coords.]. La fiscalitat ambiental a l'àmbit urbà..., op. cit., pág. 205.
27 Junta de Sanejament. Memòria d'activitats 1998, op. cit., pág. 51-58.
28 ATLL. L'abastament d'aigua..., op. cit., pág. 12-17.
29 Prat, N. «Planificar l'aigua i oblidar-se de la vida», op. cit., y La gestió de l'aigua a Catalunya a la ratlla del 2000 (ponencia presentada en la IV Mostra de Cultura Ecològica en Altafulla en julio de 1999, en curso de publicación). ATLL cita el mismo estudio, pero reduce el potencial de ahorro industrial dentro de su sistema de abastecimiento a 20 hm3/año (L'abastament d'aigua a les comarques de l'entorn de Barcelona, op. cit., pág. 34-35).
30 de Gispert, C. Tarificació i tributs sobre l'aigua: aproximació a la demanda d'aigua d'ús industrial. Junio de 1999 (trabajo inédito presentado al Departament d'Hisenda Pública de la Universidad de Barcelona).
31 Naredo, J.M.; Gascó, J.M. Spanish Water Accounts, OECD, Environmental Policy Commitee. París: ENV/EPOC/SE/A(94)2, 1994 (citado por Sumpsi, J.M. «Efectos de las políticas tarifarias sobre la demanda de agua, renta agraria y recuperación de costes de la agricultura de regadío en España». En: Arrojo, P. [et al.] [eds.]. Hacia una nueva cultura del agua. El agua a debate desde la Universidad. Zaragoza, 1998, pág. 351-367).
32 Genovés, J.C.; Avellà, L.; García, M. «Precios, costos y uso del agua en el regadío mediterráneo». En: Arrojo, P. [et al] [eds.]. Hacia una nueva cultura..., op. cit., pág. 245-247.
33 López-Sanz, G. «El regadío en la Mancha occidental y el Campo de Montiel». En: López-Gálvez, J.; Naredo, J.M. [eds.]. La gestión del agua de riego. Madrid: Fundación Argentaria/Visor, 1997, pág. 84; Arrojo, P.; Bernal, E. «El regadío en el valle del Ebro». En: López-Gálvez, J.; Naredo, J.M. [eds.]. La gestión..., op. cit., pág. 172-174.
34 Corominas, J. «Los regadíos de Andalucía después de la sequía y ante la Agenda del 2000». En: Arrojo, P.  [et al.] [eds.]. Hacia una nueva cultura..., op. cit., pág. 260-261.
35 Barragán, J.; Cots, L.; Montserrat, J. «Evaluación de los regadíos y mejora de su eficiencia». En: Arrojo, P.  [et al.] [eds.]. Hacia una nueva cultura..., op. cit., pág. 213-216.
36 Naredo, J.M. «Problemática de la gestión del agua en España». En: Naredo, J.M. [ed.]. La economía del agua en España, op. cit., pág. 19
37 Una posibilidad sería establecer un feebate o rebate, en lugar del canon hidráulico. Esta nueva figura de la fiscalidad ecológica comporta que todo aquello que pagasen las explotaciones agrarias se les retomaría en forma de ayudas, subvenciones o bonificaciones a la mejora del regadío. El impuesto sería completamente neutral, sin aumentar globalmente la presión fiscal soportada por el sector agrario. Para el concepto feebate o rebate, véase von Weizs_cker, E. U.; Lovins, L. H.; Lovins, A B. Factor 4. Duplicar el bienestar con la mitad de los recursos naturales, op. cit., pág. 260-263.
38 Arrojo, P. «El Banco de Aguas de California». En: Arrojo, A P.; Naredo, J.M. La gestión del agua en España y California, op. cit., pág. 129-135. Hay que insistir en que se trata de un mercado público democráticamente regulado, no de la substitución pura y simple de la planificación pública para las transacciones privadas en un mercado como propone J.C. Vergés en su «marxa enrere en el socialisme d'estat» (en Una política económica para el agua. Madrid: Círculo de Empresarios, 1998).
39 El Banco de Aguas de California se creó precisamente como respuesta a las sequías de finales de los años ochenta. Puede parecer contradictorio que los campesinos vendan una parte de sus dotaciones de agua –nunca la totalidad, para evitar que se conviertan en aguatenientes que abandonan la actividad agraria- justo los años que menos llueve. Pero sólo lo es para el que no entienda la diversidad agraria y la adaptabilidad intrínseca de un sistema de riego compensatorio, o de soporte. A la vista de los rendimientos económicos obtenidos por metro cúbico, es evidente que las compras de agua para usos urbanos pueden compensar con creces la reducción en la producción de los cereales o los olivares que esos años pasarían a secano. La metodología para escoger la mejor opción para obtener una garantía de suministro es, como en la gestión de la demanda eléctrica, la del least cost planning (Arrojo, P.; Naredo, J.M. La gestión..., op. cit., pág. 103-106). Sin embargo ATLL sigue enfocando el problema de la garantía de suministro desde la vieja cultura de la oferta (L'abastament d'aigua a les comarques de Barcelona, op. cit., pág. 22-32).
40 Para los aspectos jurídicos del acueducto del Ródano, y la necesidad de firmar un tratado internacional de cesión de aguas, véase ATLL. L'abastament d'aigua a les comarques de Barcelona, op. cit., pág. 80-90.
41 Naredo, J.M. «Elección económica versus «guerras del agua"». En: Problemática de la gestión del agua en España, op. cit., pág. 19-25; y también «Enfoques económicos y ecológicos en la encrucijada actual de la gestión del agua en España». En: Arrojo, P.; Naredo, J.M. La gestión del agua en España y California, op. cit., pág. 151-185.
42 Dickinson, M.A. Water Conservation in the United States: A Decade of Progress, ponencia presentada en la Conferencia Internacional sobre Eficiencia del Agua en las Ciudades celebrada en Zaragoza el 20 de enero de 1999.
 
 
Foro de debate


Medi Ambient. Tecnologia i Cultura no s'identifica necessàriament amb l'opinió que expressen els articles signats
© Departament de Medi Ambient de la Generalitat de Catalunya
DL: B-44071-91
ISSN:  1130-4022