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Foro de debate |
Núm.
32 - setiembre 2002
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Cambio climàtico: ¿nos estamos calentando? ¿Hay
un cambio del clima? Síntomas
biológicos del cambio climático El
pasado es una de las claves del futuro Los
recursos para el estudio del cambio climático en Cataluña:
una visión histórica Entrevista
a Richard Lindzen Editorial Visiones sobre el cambio climático El Convenio sobre
el Cambio Climático fue uno de los principales legados de la Cumbre
de la Tierra celebrada en Río de Janeiro, lo cual recordamos a
pocas semanas de la clausura de la Cumbre de Johannesburgo. A partir de
aquel documento se llegó al Protocolo de Kyoto, en virtud del cual
los principales Estados del mundo se comprometían a reducir sus
emisiones de gases de efecto invernadero. La realidad de los
hechos nos ha mostrado que implantar el Protocolo de Kyoto resulta muy
difícil y que, por ejemplo, dentro de la Unión Europea,
algunos países se esfuerzan por cumplir con sus deberes -Alemania
y Gran Bretaña- mientras que otros no son tan aplicados, como el
caso del Estado español. También hay sectores, como el del
transporte, que no contribuyen a la reducción de los gases de efecto
invernadero. Precisamente, estos
gases que se emiten a la atmósfera a partir de las actividades
humanas son los que contribuyen al cambio climático. El tema del
presente número tiene una doble dimensión: una vertiente
política y económica, dado que el modelo actual de producción
y consumo agrava la problemática socioambiental y, por supuesto,
una vertiente científica. Cabe mencionar que todos los científicos
están de acuerdo en que el clima está cambiando, aunque,
mientras algunos otorgan una gran responsabilidad a las actividades humanas,
otros argumentan que el clima siempre cambia y que el incremento de 0,5
grados de la temperatura del planeta en los últimos cien años
está más relacionado con la variabilidad natural -el vapor
de agua y las nubes- que con las emisiones de CO2 de origen antropogénico.
Estas visiones científicas tan diversas son las que se sacan a relucir en el presente número. El catedrático de Física de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), Josep Enric Llebot, nos ofrece un repaso sobre las diferentes posturas adoptadas respecto al cambio climático. Josep Peñuelas, investigador del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) de la UAB nos cuenta cómo se está traduciendo el calentamiento global en modificaciones significativas en los ciclos vitales de animales y plantas. El paleoclimatólogo Antoni Rosell expone los principales aspectos de la evolución del clima durante los últimos 500.000 años. Javier Martín Vide, catedrático de Geografía Física de la Universidad de Barcelona ofrece un repaso sobre la tradición de los estudios del cambio climático que se han llevado a cabo en Cataluña. Estas aportaciones se completan con una entrevista a Richard Lindzen, catedrático de Meteorología y Física de la Atmósfera en el MIT de Boston-Cambridge, Massachusetts. El profesor Lindzen pone en duda que las emisiones de gases de efecto invernadero de origen antropogénico contribuyan al cambio climático; una perspectiva sin duda polémica. Finalmente, Ignasi Doñate analiza el Protocolo de Kyoto. Son todas ellas, pues, visiones muy distintas sobre una problemática ambiental muy «caliente».o Lluís Reales ¿Hay un
cambio del clima? El pensamiento actual considera que las actividades humanas y los estilos de vida de hoy en día pueden alterar de forma notable el funcionamiento del planeta Tierra. El texto repasa los aspectos científicos y socioeconómicos de la problemática relacionada con el clima. Se nos plantea si realmente está cambiando el clima, si la situación actual es una amenaza o más bien una oportunidad para arrancar nuevas actividades económicas y se proyectan algunas reflexiones sobre el futuro.
Según nos cuenta
Maria Àngels Anglada en su libro Relats de mitologia. Els déus
(1), Helios (el Sol), Eos (el Alba) y Selene (la Luna) eran hermanos.
El Sol llevaba una cuadriga divina: cuatro caballos alados, en un carro
de oro que cada día salía del océano, por levante,
atravesaba la bóveda celeste y volvía al mar por poniente.
El Sol era tan bello que ninguna ninfa se negaba a ser su amante, con
lo cual tuvo infinidad de hijos. Faetón era hijo de Helios y Climene,
una oceánida. Cuando era adolescente, su padre, viéndolo
tan hermoso y fuerte, le prometió que le iba a conceder un deseo.
Faetón le pidió conducir el carro del Sol. Helios vio con
preocupación que su hijo no podría dominar la cuadriga,
pero un dios no podía negarse a cumplir su palabra. El resultado
fue incluso peor de lo esperado. Faetón no sabía conducir
ni dominar el carro de llamas y en el delirante camino que los cuatro
caballos alados le hicieron seguir se acercó demasiado a la Tierra,
lo que provocó que los bosques se incendiaran y que los ríos
y los lagos se secaran. Zeus, finalmente, viendo la imprudente acción
del desbocado carro, envió su rayo reparador y mató a Faetón.
Este episodio de la mitología griega recoge, de manera poética
y también exagerada, la importancia del Sol en el funcionamiento
del sistema climático. Unos dos mil años después
de que este episodio fuera imaginado, Melutin Milankovitch (2) planteó
que las variaciones periódicas de las características de
la órbita de la Tierra alrededor del Sol eran las causantes de
los cambios del clima en épocas pasadas; a través de las
complicadas composiciones de la mecánica celeste intentaba justificar
lo que los clásicos representaban por medio del carro del Sol.
Sin embargo, hasta
hace diecisiete años no empezó a adquirirse, de forma más
o menos generalizada, cierta conciencia sobre las consecuencias de las
actividades humanas en el comportamiento mundial de la atmósfera.
Entre otoño de 1984 y primavera de 1985 se publicaron los artículos
de S. Chubachi (3), correspondientes a las observaciones en la base japonesa
de Syowa, y de Farman, Gardiner y Shanklin (4) en la estación de
Halley Bay, acerca del contenido de ozono de la estratosfera de la Antártida.
Ambos equipos de científicos atmosféricos demostraron que
el contenido de ozono en la estratosfera antártica disminuía
de modo espectacular durante los meses de septiembre y octubre. Al principio,
el hecho de que ese fenómeno se midiera justo por encima del continente
más alejado de las zonas del globo donde se emiten la mayoría
de contaminantes generó muestras de incredulidad, pero poco después,
una vez confirmadas las mediciones y comprendido el fenómeno, surgió
una intensa preocupación. Por primera vez quedaba constatado un
problema ambiental mundial: las emisiones en el hemisferio norte de unos
compuestos químicos denominados genéricamente CFC, utilizados
en numerosas aplicaciones industriales y de consumo, se dispersaban y
se esparcían por toda la atmósfera hasta llegar a la estratosfera
y a la Antártida, donde en primavera las bajas temperaturas y la
dinámica de la atmósfera producían unas complejas
cadenas de reacciones químicas que terminaban por eliminar el ozono
estratosférico. Como consecuencia
del descubrimiento científico y de la importancia del problema,
muchos grupos de científicos de todo el mundo empezaron a investigar
el problema. Hubo una actividad ingente y numerosos congresos y encuentros
que servían para discutir y presentar los resultados de las últimas
investigaciones. Un aspecto que hay que destacar es que, a pesar de que
el fenómeno se había medido con datos instrumentales de
entonces, desde hacía años se contaba ya con información
de los satélites sobre los niveles de ozono en la Antártida,
pero nadie lo había estudiado. A su vez, dada la dimensión
mundial del problema, los representantes políticos de los gobiernos
de los países se reunieron bajo los auspicios de la ONU a fin de
actuar ante el problema, y lo que sabemos hoy es que se llegó a
un acuerdo de limitación de producción y de consumo de los
compuestos químicos causantes del problema. Se firmó el
Protocolo de Montreal en el año 1987, que fue ampliado, a medida
que se avanzaba en el conocimiento del problema, por medio de posteriores
acuerdos. En consecuencia, hoy podemos decir que el problema del ozono
estratosférico se conoce lo suficiente desde el punto de vista
científico y que, políticamente existen acuerdos internacionales
que han sido elaborados con el objetivo de paliar el problema. Es paradigmático, pues, el papel que la rápida irrupción del problema del ozono tuvo en la opinión pública: desde entonces se ha producido un cambio en la concepción social de los problemas ambientales y su alcance. Si bien es cierto que sigue existiendo una percepción más directa sobre la dimensión local de muchos problemas ambientales, la posibilidad de que las actividades humanas puedan alterar de forma significativa el funcionamiento del planeta se encuentra presente en el pensamiento actual. Justo cuando se llevaban
a cabo las conversaciones que conducirían al Protocolo de Montreal,
la Organización Meteorológica Mundial y la ONU preparaban
la formación del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático
(conocido habitualmente como IPCC, el acrónimo del grupo en inglés).
Finalmente, el IPCC se constituyó en el año 1988 y desde
entonces actúa como un importante elemento de referencia respecto
al conocimiento científico y los impactos del cambio climático
y a las acciones de adaptación y mitigación sobre ese fenómeno.
En cierto modo, pues, el IPCC conforma la opinión consensuada de
los expertos sobre el cambio del clima asociado a las actividades humanas,
sus impactos y las posibles estrategias de mitigación y adaptación.
Los informes del IPCC son utilizados por los responsables políticos
como referencia para la discusión y eventual elaboración
de tratados internacionales que pretenden incidir en la problemática
del cambio climático. Cuando hoy se habla de cambio climático, uno se refiere al cambio del clima terrestre ligado a los efectos que las emisiones en la atmósfera de ciertos gases producen como consecuencia de las actividades de la sociedad moderna. No nos referimos, pues, a los cambios del clima terrestre que se han producido a lo largo de toda la historia geológica de la Tierra, a pesar de que su conocimiento es una herramienta importante para el conocimiento del clima actual y su evolución. También se conoce como calentamiento mundial, ya que es el calentamiento de la atmósfera el primer efecto que la mayor presencia de gases causantes del efecto invernadero en la atmósfera parece estar produciendo. En el presente artículo se pretende dar un breve repaso al estado actual del problema, articulándolo sobre la base de una serie de preguntas. La problemática asociada al cambio del clima debido a las actividades humanas tiene dos vertientes mutuamente relacionadas: la científica y la socioeconómica y política. Tradicionalmente se ha puesto un gran énfasis en la primera, pues era preciso conocer bien el problema y sus implicaciones, pero en el momento de aventurar las acciones que se deben tomar se entra de pleno en las dimensiones sociales, económicas y políticas de nuestro mundo, que suponen el punto de partida de cualquier solución. Los inicios: ¿qué es el clima y qué entendemos por cambio climático? Una definición
intuitiva sobre qué es el clima se resume diciendo que es el tiempo
medio, es decir, una media de las variables meteorológicas más
importantes que caracterizan la meteorología: temperatura, precipitación,
humedad, etc. Sin embargo, al definir una media temporal cabe precisar
los períodos de tiempo en los que se calcula: días, semanas,
meses, años. La meteorología, pues, corresponde al conocimiento
del tiempo instantáneo, es decir, el comportamiento de la atmósfera
en un período inferior a diez días, mientras que la climatología
estudia el comportamiento medio del sistema climático en escalas
de tiempo, en cualquier caso superiores a diez días, pero normalmente
medias estacionales, anuales o incluso medias de períodos más
largos. De hecho, es justo esa característica de la climatología
sobre el conocimiento del tiempo medio lo que ha provocado que, hasta
hace muy poco, esta disciplina no haya suscitado el interés entre
la comunidad científica (5). Si echamos un vistazo
a la historia reciente, el primero que habló de cambio climático
en el sentido actual de la cuestión fue Svante Arrhenius (6), un
químico y físico sueco galardonado con el premio Nobel que
en 1896 presentó a la Sociedad de Física de Estocolmo una
comunicación en la que argumentaba que una reducción o un
aumento del 40 % en la concentración de dióxido de carbono,
un gas presente en concentraciones muy pequeñas en la atmósfera,
podía provocar perturbaciones en el funcionamiento del clima que
explicarían el avance o el retroceso de los glaciares. Arrhenius
formuló un modelo simple, pero calculaba la reflexión de
la radiación por la superficie terrestre y por las nubes o las
retroacciones producidas por la capa de hielo y de nieve de manera que,
teniendo en cuenta el conocimiento actual, hoy consideraríamos
ingenuo o incluso erróneo. Arrhenius (7) concluyó que la
variación del contenido de CO2 y de vapor de agua de la atmósfera
ejercía una gran influencia en el equilibrio energético
del sistema climático. Llegó a dicha conclusión después
de realizar cálculos sin la ayuda de ningún instrumento
mecánico ni, por supuesto, electrónico, y realizó
a mano entre 10.000 y 100.000 operaciones correspondientes a lo que hoy
llamaríamos diferentes escenarios de emisiones de CO2. También
realizó los cálculos para las cuatro estaciones del año
e intentó discriminar los efectos del aumento de CO2 según
la latitud. En las conclusiones de su trabajo se puede leer: «[...]
si la cantidad de carbónico aumenta en progresión geométrica,
la temperatura aumentará en progresión aritmética».
Arrhenius también concluyó que la variación de la
temperatura sería mayor cuanto mayor fuera la cantidad de dióxido
de carbono, que la temperatura crecería más si la latitud
era más alta y que, además, el aumento sería mayor
en invierno que en verano. En general, Arrhenius previó que, al
duplicarse el contenido atmosférico de CO2, se produciría
un ascenso de la temperatura de entre cinco y seis grados Celsius. La suerte y la casualidad
han hecho que las predicciones de Arrhenius sean tan similares, desde
el punto de vista cuantitativo, a los resultados obtenidos a través
de los sofisticados modelos climáticos actuales. Seguramente, esta
similitud también explica que se considere al científico
sueco el iniciador de los estudios del cambio climático. Sin embargo,
Arrhenius compartía con los expertos actuales una visión
avanzada, pues no sólo habló de los efectos del aumento
de dióxido de carbono sobre el sistema físico, sino que
también habló de impactos ambientales. Su visión
positivista del progreso, junto con la perspectiva de una persona que
vivía en un país sometido a los rigores de un largo y duro
invierno, le hicieron pensar en el impacto positivo de un clima menos
riguroso que con gran probabilidad podría facilitar el desplazamiento
hacia latitudes altas de determinadas prácticas agrarias y paliar,
en cierto modo, el déficit alimentario de la época. Si realizamos un gran
salto en el tiempo, la investigación en climatología a lo
largo de la primera mitad del siglo XX despertó el interés
de pocos científicos. Fue a partir del desarrollo de los sistemas
automatizados de predicción del tiempo en la segunda mitad del
siglo XX, y especialmente durante el último cuarto de siglo, cuando
empezó a pensarse en la obtención de metodologías
de predicción del clima. El sistema climático fue definido,
en un documento elaborado en 1975 por el GARP (Global Atmospheric Research
Program) de la Organización Meteorológica Mundial, como
el sistema formado por la atmósfera, la hidrosfera, la criosfera,
la litosfera y la biosfera (8). Posteriormente, la convención marco
de Naciones Unidas sobre el cambio climático, firmada en Río
de Janeiro en 1992, también mítico en cuanto a cuestiones
ambientales, y que entró en vigoren marzo de 1994, define el sistema
climático como la atmósfera, la hidrosfera, la biosfera
y la geosfera y sus interacciones. Si bien es cierto que ambas definiciones,
naturalmente, son muy semejantes, la última pone énfasis
en las interacciones. La atmósfera, el suelo, los océanos,
la superficie de agua, la superficie de hielo y nieve, y el conjunto de
la vegetación y demás seres vivos en el océano y
en los continentes, están estrechamente relacionados entre sí
e intercambian flujos energéticos y de materia, lo que hace difícil
llegar a una comprensión completa de su funcionamiento. A menudo también evaluamos el clima de un modo excesivamente simple, interrogándonos sobre cómo va a cambiar la temperatura o el nivel del mar. Sin embargo, las respuestas que se intentan dar desde la perspectiva de la modelización climática tienen que ver también con aspectos más sociales de habitabilidad y de sostenibilidad. Así, se responde a preguntas como: ¿va a ser el aire respirable? ¿Va a haber suficiente agua para beber y para la agricultura? ¿Va a ser el ambiente suficientemente confortable? Para responder a esas preguntas será preciso no sólo conocer el funcionamiento del sistema climático, sino también elaborar escenarios de evolución del sistema socioeconómico, es decir, establecer de forma clara las relaciones entre el sistema climático y la sociedad humana. ¿Aumenta la concentración en la atmósfera de los gases causantes del efecto invernadero y, como consecuencia de ello, está cambiando el clima? La característica
común de los gases causantes del efecto invernadero (GH) es su
capacidad para absorber la radiación de onda larga emitida por
la Tierra. La cantidad de estos gases es muy alta pero, en la práctica,
los que se analizan con detalle, dada su importancia radiativa, son sólo
seis. En general, las emisiones de estos gases aumentan, a pesar de que
hay algunos que disminuyen. Aparte del vapor de agua, de los gases GH
más directamente condicionados por la actividad humana, los más
importantes son el dióxido de carbono, el metano, el ozono, el
óxido nitroso, el hexafluoruro de azufre y los clorofluorocarbonos
(CFC). Otros componentes atmosféricos que también hay que
tener en cuenta son los aerosoles, partículas materiales en suspensión
en la atmósfera de tamaño diverso, de origen natural y producto
de las combustiones, cuya función en la evolución del clima
todavía no se conoce totalmente. En general, las emisiones de los
gases y de los aerosoles en la atmósfera crecen ligadas a la evolución
de la economía. La prosperidad económica tradicionalmente
conlleva mayores tasas de emisiones y, en cambio, las crisis económicas
se caracterizan por emisiones más bajas. Por lo tanto, no hay
duda de que la mayoría de los gases GH aumentan debido a las actividades
humanas. Sin embargo, existen todavía incertidumbres acerca de
adónde va a parar todo el CO2 emitido en la atmósfera, pues
sólo se mide aproximadamente la mitad de todo el que ha entrado
en la atmósfera. Tampoco está muy claro cuál es el
efecto a escala mundial de los aerosoles, sobre todo los sulfatos y el
hollín. Se cree que su capacidad de reflejar la radiación
solar les confiere un efecto amortiguador del efecto invernadero, ya que
actúan como escudo respecto a la radiación del sol. También
se observa que el ritmo de crecimiento de las emisiones va disminuyendo,
es decir, no crece tanto como se pensaba. Eso puede ser a consecuencia
de la transformación de muchos sistemas de producción de
energía eléctrica, de la transformación que pasa
del uso de carbón al de otros combustibles fósiles con menos
emisiones de carbono y de las transformaciones de determinadas prácticas
agrarias, ganaderas e industriales. Para poder afirmar
que el clima está cambiando, es preciso recurrir al estudio de
los datos de la red de estaciones que miden la temperatura terrestre.
El registro instrumental de la temperatura en estaciones terrestres y
en barcos lleva a la conclusión de que la temperatura superficial
mundial del aire se ha calentado entre 0,4 y 0,8 ºC durante el siglo
XX. La tendencia al calentamiento es general en todo el planeta y coincide
con el retroceso de los glaciares, la reducción de la superficie
de nieve y el ritmo más acelerado de ascenso del nivel del mar
durante el siglo XX, comparado con los últimos mil años,
por ejemplo. Se han observado y se han documentado fenómenos derivados
del calentamiento y que, al corresponder a sistemas biológicos,
suponen una integración de los cambios de diferentes variables
climáticas, como, por ejemplo, el aumento del período de
crecimiento de ciertas especies vegetales, el avance de la floración
y el retraso de la caída de las hojas, el desplazamiento hacia
el norte de algunas especies de mariposas y hacia zonas de mayor altura
de algunas especies de árboles y la llegada antes de tiempo de
algunas especies migratorias. Parece que también puede afirmarse
que la capa superficial del océano se ha calentado aproximadamente
0,05 ºC durante los últimos cincuenta años. Los cambios más
acentuados, sin embargo, se han producido en las regiones polares, especialmente
del hemisferio norte. El análisis de datos proporcionados por la
información desclasificada procedente de submarinos rusos y norteamericanos
indican que el hielo del Ártico se ha reducido desde mediados de
los años setenta. Los datos de los satélites también
indican que la concentración de hielo sobre el Ártico en
verano ha disminuido cerca del 10 %. De todos modos, la variación
de la temperatura no ha sido uniforme en todo el globo ni todos los años.
El mayor calentamiento se ha producido antes de 1940 y desde 1980 hasta
finales de siglo. Sin embargo, el hemisferio norte ha experimentado un
ligero enfriamiento durante el período 1946-1975 y existen zonas
donde dicho enfriamiento ha sido muy patente, especialmente en el este
del continente americano. Las causas de esta
interrupción en el calentamiento no son claras. Una posible explicación
es el aumento de los aerosoles, a los que antes nos referíamos,
a consecuencia del uso de carbón como combustible con un alto contenido
de azufre. A estas causas cabe también añadir causas naturales
como la variación de la luminosidad del suelo o las erupciones
volcánicas que han tenido lugar durante este período. El informe del IPCC10
compara el calentamiento medio producido durante el siglo XX con otras
perturbaciones del clima en tiempos pasados. Para realizar dicha comparación
se utilizan datos instrumentales, que comprenden los últimos doscientos
años, junto con datos similares que proceden del análisis
de los anillos de los árboles y del estudio de las burbujas de
aire de los hielos en Groenlandia. Los resultados de este análisis
concluyen que el calentamiento que hemos experimentado durante el siglo
XX es probablemente de los más importantes que se han dado a lo
largo del último milenio. Sin embargo, esa afirmación hay
que tomarla con suma precaución: se han utilizado los mejores datos
disponibles, pero éstos son irregulares en su distribución
temporal y espacial y, por lo tanto, el grado de confianza que aportan
a la anterior afirmación es moderadamente bajo. Otra cuestión
es saber si este cambio de la temperatura es debido a causas humanas o
no. El mencionado informe del IPCC atribuye, con un alto grado de confianza,
la causa del calentamiento al crecimiento del contenido atmosférico
de gases de efecto invernadero y, además, muestra unas simulaciones
de modelos numéricos donde se consigue separar, durante los últimos
diez años, la variabilidad natural y la variabilidad relacionada
con las actividades humanas, que, naturalmente, es mucho mayor. Los críticos
a estas afirmaciones indican, no exentos de razón, que todavía
existe un importante grado de incertidumbre en el conocimiento de la magnitud
de la variabilidad natural. Así, señalan que al doblarse
el contenido del dióxido de carbono en la atmósfera se produce
un forzamiento radiativo de 4 wm-2 (del 2 % con respecto a la radiación
total que llega a la superficie), cantidad minúscula comparada
con el efecto que puede tener el acoplamiento entre el calentamiento y
el contenido de vapor de agua de la atmósfera y la cobertura de
nubes. Por lo tanto, sostienen que por el momento es imposible relacionar
de forma precisa el cambio del clima observado con las emisiones antropogénicas,
pues se carece de conocimientos exactos acerca de la variabilidad natural. ¿Cuánto y cómo va a cambiar el clima durante el siglo XXI? Para proyectar hacia
un futuro próximo la magnitud del cambio climático, se requiere,
por un lado, conocer con un importante grado de certidumbre el funcionamiento
del medio físico, es decir, disponer de un modelo fiable, y, por
otro lado, poder proyectar con precisión cuáles van a ser
las emisiones futuras de los gases causantes del efecto invernadero y
cuál va a ser la evolución de los sumideros, es decir, cómo
van a cambiar en el futuro los usos del suelo, las prácticas agrarias
y ganaderas y la silvicultura. Mientras que en la
actualidad se cuenta con modelos bastante fiables en cuanto al conocimiento
que incorporan del funcionamiento del medio físico, el segundo
aspecto, las emisiones y la evolución de los sumideros, supone
una meta que presenta muchas más imprecisiones. En efecto, hasta
ahora se han relacionado las emisiones con variables de carácter
económico y demográfico actual ligadas a previsiones que
permiten vislumbrar la evolución de la economía mundial
en los próximos diez, veinte o cincuenta años. Sin embargo,
no se sabe cuál va a ser la estructura de producción energética,
industrial y de transporte de las sociedades del futuro. Esas incertidumbres
son, por lo tanto, demasiado importantes como para poder considerar que
los resultados que se obtienen de los modelos predicciones sobre lo que
puede ocurrir en el clima del futuro. Para poder comparar
los diferentes modelos, el IPCC ha confeccionado escenarios de emisiones
futuras elaboradas a partir de previsiones del Banco Mundial o de la ONU
sobre el crecimiento demográfico y económico mundial. Esos
escenarios contemplan un amplio abanico de asunciones sobre el futuro
económico y el desarrollo tecnológico. En ese sentido, es
obvio que existe un gran número de incertidumbres sobre el crecimiento
económico, los estilos de vida, el uso de los diferentes sistemas
de producción de energía, el crecimiento de la población
o los futuros cambios tecnológicos. Ateniéndonos a dichos
escenarios y, en especial, a un escenario de previsiones medias es como
se han de entender las cifras que comentaremos a continuación. Un escenario útil
es el que asume el crecimiento de emisiones durante los últimos
veinte años del 1 % anual y determina que hasta el año 2050
las emisiones de los gases de efecto invernadero quedarán estabilizadas
a los niveles actuales. En el contexto actual es como si estuviéramos
considerando una situación de mínimo. En ese escenario,
la temperatura aumentaría aproximadamente 0,75 ºC en 2050.
Si se tienen en cuenta
los escenarios utilizados por el IPCC, se prevé que en el año
2100 la temperatura de la atmósfera habrá aumentado entre
1,4 y 5,8 ºC, calentamiento que, de darse, sería el mayor
de los últimos 10.000 años. Todos los modelos también
ponen de manifiesto que la diferencia entre las temperaturas mínimas
y las temperaturas máximas va a disminuir y que, en general, las
temperaturas mínimas van a ser más altas, con lo cual van
a disminuir los episodios de frío extremo. En general, se cree
también que van a aumentar las precipitaciones, a pesar de que
su distribución espacial y temporal va a ser diferente. En nuestro
país, por ejemplo, parece que las precipitaciones van a aumentar
en invierno, pero, en cambio, en verano los períodos de sequía
van a ser más intensos y frecuentes. Los modelos prevén
también una disminución general de la zona cubierta por
la nieve y el hielo, así como un ascenso del nivel del mar, debido
principalmente a la dilatación del agua como consecuencia del calentamiento,
de entre 0,09 y 0,88 metros. Estos comportamientos generales no nos deben
hacer creer que todo va a cambiar de un modo uniforme ni en un mismo sentido.
La variabilidad climática a la que hacíamos referencia no
sólo se manifiesta de forma temporal, sino también de modo
regional. Por lo tanto, ya se tiene constancia de la coexistencia, en
períodos pasados y en pocos centenares de quilómetros de
distancia, de tendencias opuestas de variación natural del clima.
Ese hecho se mantiene también en las perturbaciones climáticas
de origen antrópico. Algunos modelos proyectan
la tendencia, en las regiones semiáridas, a un crecimiento de los
períodos de sequía. Parece probable que disminuya la cantidad
de nieve en las montañas y que la nieve se funda antes a consecuencia
del calentamiento atmosférico, lo que puede afectar al balance
hídrico y puede conllevar importantes impactos en la disponibilidad
de agua dulce. A su vez, el crecimiento de las lluvias en invierno y el
hipotético aumento de los episodios de fuertes tormentas puede
dar lugar a problemas en el control de riadas y cambios en los hábitats
de plantas y animales. Otro aspecto importante
que hay que considerar es el impacto en la salud. El aumento de la temperatura
va a influir, sin duda, sobre la frecuencia y la transmisión de
enfermedades infecciosas, sobre el efecto en la población de episodios
de olas de calor y de frío y, naturalmente, sobre la calidad del
aire y del agua. Se desconocen, sin embargo, las pautas hacia donde pueden
evolucionar dichos cambios. Las variaciones de la temperatura y de la
precipitación inducen a cambios en los hábitats de los organismos
que actúan como vectores transmisores de enfermedades (mosquitos,
roedores, etc.). Parece probable que, al existir una menor frecuencia
de determinados episodios de frío, puedan sobrevivir determinados
tipos de mosquitos que en las condiciones actuales no sobreviven. Algunos
estudios prevén una posible incidencia del mosquito de la malaria
en el sur de la península Ibérica dentro de diez años,
debido precisamente a ello. Lo mismo puede decirse para el impacto de
las olas de frío y de calor. Es de prever una menor afección
a las olas de frío, pues éstas van a ser menos frecuentes,
mientras que es probable que se produzcan más episodios de calores
extremos, lo que va a ocasionar problemas de salud en personas especialmente
sensibles. El aumento de episodios
meteorológicos extremos parece otra consecuencia del cambio climático,
dada la mayor cantidad de energía de la atmósfera. Sin embargo,
ése es uno de los aspectos más controvertidos, pues hasta
ahora no se ha podido constatar una determinada tendencia, desde un punto
de vista instrumental. No obstante, buena parte de la población
del mundo se concentra en las zonas costeras, lo que hace prever importantes
impactos económicos si el nivel del mar es más alto o si
hay una mayor frecuencia de episodios meteorológicos extremos. En cualquier caso, el tiempo es un factor importante. Cada uno de los mencionados procesos tiene sus propias dinámicas y en ningún caso se cree que haya procesos ni cambios bruscos. La adaptación de los sistemas naturales a los cambios ambientales podrá ser gradual y el éxito o el fracaso, o la vulnerabilidad o la sensibilidad de un sistema, va a depender justamente del tiempo que requiera para adaptarse a las condiciones ambientales cambiantes. Pero no todos los cambios van a ser negativos. Como ya observó Arrhenius, los cambios de las condiciones ambientales van a ser favorables para ciertos procesos y desfavorables para otros. Por ejemplo, mientras que los cambios del clima en la región mediterránea parece que pueden afectar de forma desfavorable al cultivo productivo de ciertos cereales, probablemente van a favorecer el cultivo de la vid y del olivo, cultivos éstos que en la actualidad son de gran importancia. ¿Existe una concentración sostenible de gases causantes del efecto invernadero en la atmósfera? Se trataría
de contestar a la pregunta de si existe una concentración umbral
de gases GH en la atmósfera, por encima de la cual se producen
cambios catastróficos en el funcionamiento del sistema climático,
o de si se conocen lo suficiente las consecuencias del calentamiento debido
al aumento de los gases de efecto invernadero, de forma que la comunidad
científica sea capaz de definir una concentración aceptable
basándose en análisis de riesgos y daños potenciales
. Además, esos
últimos factores tampoco son uniformes para todo el mundo. El problema
del cambio climático es diferente si se ve desde la perspectiva
de un ciudadano de la Unión Europea o de Estados Unidos, con buena
capacidad tecnológica y económica para adaptarse a los cambios,
o si se ve desde la perspectiva de un esquimal, que depende para su alimentación
de la extensión del hielo, o desde la de un habitante de las islas
Maldivas, conjunto de unas 1.600 islas de coral, para quien la extensión
de su país depende de la magnitud del ascenso del nivel del mar. Considerando, pues,
un punto de vista realista y pragmático, la actuación frente
al cambio climático conlleva dos tipos de acciones fundamentales:
la mitigación de las causas y la adaptación a las nuevas
condiciones climáticas. La mitigación consiste en la disminución
de las emisiones: es evidente que, en las condiciones actuales, existe
tecnología disponible para estabilizar el contenido atmosférico
de dióxido de carbono a 450 ppm, a 600 ppm o a 1.000 ppm. Definir
el nivel es una cuestión de orden económico y de voluntad
política y social. En cuanto a la adaptación, significa
prepararse para las condiciones cambiantes, bien sea desde el punto de
vista de las actividades económicas, o bien desde la adaptación
de infraestructuras, etc. Ambas estrategias, la adaptación y la
mitigación, van a ser imprescindibles para poder paliar el fenómeno.
El único acuerdo internacional de reducción de emisiones alcanzado hasta la fecha, el Protocolo de Kioto -todavía pendiente de ratificación- establece compromisos fruto de acuerdos entre estados, los que integran el llamado anexo B, que justamente ponderan la capacidad tecnológica para reducir las emisiones y adaptarse al coste económico que conllevan. No existen consideraciones científicas para las propuestas de reducción, o lo que es lo mismo, las recomendaciones científicas estaban muy alejadas del techo de las reducciones planteadas. Los gases GH tienen tiempos de residencia en la atmósfera muy dilatados, es decir, se degradan con dificultad. Esto significa que las acciones que se tomen van a tener efectos a largo plazo, decenas o centenares de años. Ésa es una coincidencia importante con otros problemas ambientales, como la degradación del contenido del ozono estratosférico a la que nos referíamos al principio de este artículo. La escala de tiempo del origen de la perturbación es muy inferior a la escala de tiempo de recuperación del sistema. Por ello es importante aplicar el principio de precaución, que consiste en actuar ahora, a pesar de que todavía no existen certezas completas sobre la magnitud y el alcance del fenómeno. Lo que se sabe, sin embargo, es que cualquier actuación deberá mantenerse por largo tiempo y que va a surtir efecto más allá de nuestra generación., lo que supone un problema añadido a la gestión del problema. El cambio climático: ¿oportunidad de nuevas actividades económicas? Para que sean efectivas,
las actuaciones para paliar el cambio climático deben ser económicamente
viables, pero también existen nuevos sectores empresariales, que
ahora empiezan a desarrollarse a consecuencia de las acciones de mitigación
y adaptación y que se espera que sean económicamente viables.
El desarrollo de esos sectores va a ser una buena herramienta para reducir
el problema del cambio climático. Ejemplos de dichos sectores los
encontramos en las empresas dedicadas al desarrollo de energías
alternativas, como las renovables, principalmente la eólica y la
solar, las que trabajan el uso del hidrógeno como combustible y
que estudian métodos de generación y almacenamiento, las
que desarrollan las pilas de combustible o, incluso, las que llevan a
cabo nuevos intentos para reavivar la generación de energía
nuclear. Sin embargo, también
existen incipientes sectores económicos relacionados con a la reducción
de emisiones, como las actuaciones de compra y gestión de bosques.
Efectivamente, los bosques y la vegetación intercambian grandes
cantidades de CO2 con la atmósfera. Los vegetales capturan CO2
por medio de la fotosíntesis y, al respirar, emiten oxígeno
y una parte del CO2 absorbido. En conjunto, retienen carbono en forma
de materia orgánica. El almacenamiento de carbono por parte de
la vegetación crece a causa de las prácticas de reforestación
o como consecuencia de los cambios en las prácticas de la gestión
de los residuos en los cultivos. En nuestro país y en otros países
desarrollados, el abandono de zonas agrarias ha supuesto, a menudo, su
transformación en zonas forestales, con la consiguiente fijación
adicional de carbono atmosférico. La gestión de estas y
otras zonas en países terceros sujetas a ser gestionadas precisamente
por su capacidad para retener dióxido de carbono puede representar
una oportunidad de negocio si finalmente se establece a escala internacional
un mercado de emisiones. La actividad en el
mercado de emisiones, tanto desde el punto de vista de actuar de intermediación
entre las empresas compradoras de derechos de emisiones y las compañías
que pueden venderlos como desde el punto de vista de las empresas que
piensan dedicarse a las certificaciones, es decir, a contabilizar las
emisiones que se ahorran con una determinada acción tecnológica
o de inversión, parece que también será un sector
que se va a desarrollar con cierto impulso durante los próximos
años. El comercio de emisiones consiste, en esencia, en poder intercambiar
emisiones no hechas o emisiones reducidas por encima de las cantidades
previamente establecidas o pactadas. Es un intento de conseguir reducir
al máximo las emisiones de gases GH en la atmósfera con
el mínimo coste mundial. Así, si a una industria o a una
empresa, para cumplir sus compromisos, le resulta muy costoso económica
o tecnológicamente cambiar una determinada línea de producción
por otra con menos emisiones, podría negociar su compra con otra
empresa a la que le sobren derechos de emisiones. A escala mundial, la
atmósfera se beneficiaría de ello, como si la empresa hubiera
llevado a cabo el trabajo, y tanto la empresa compradora como la empresa
vendedora obtendrían mejoras económicas por el trato. Se ha hablado mucho de los sumideros y del comercio de emisiones como alternativas a la reducción de emisiones, especialmente en el marco del Protocolo de Kioto. Las dificultades que existen sobre su uso no consisten en conocer si realmente sirven para absorber o retener dióxido de carbono, sino en conocer la capacidad y la confianza de tener sistemas de medición y de verificación de las cantidades de dióxido de carbono absorbido o no emitido. Sólo si este punto se resuelve, se van a poder poner en funcionamiento los mecanismos -tan tímidos para algunos y los únicos posibles para otros- de reducción de emisiones, y entonces se empezará a actuar sobre los gases GH en la atmósfera. Consideraciones finales El intento de ofrecer una visión panorámica y breve sobre algunos de los puntos que caracterizan el análisis de los posibles cambios del clima no debe dejar de lado el hecho de que todavía quedan considerables áreas donde se plantean cuestiones importantes sobre las que hay que mejorar el conocimiento y fomentar su investigación. Por un lado, se debe mantener y aumentar la red de observación y fomentar el desarrollo de estudios que reconstruyen el clima del pasado como elementos indispensables para establecer su variación actual. Todavía queda por entender, tanto a escala mundial como a escala local, cuál es la contribución de la variabilidad natural y de la variabilidad de origen antrópico en los cambios del clima, lo que va a suponer la posibilidad de mejorar los modelos y las predicciones a escala local. En este mismo sentido, la incorporación de las nubes y un conocimiento preciso de los ciclos del carbono, del agua y del nitrógeno mejorará también la capacidad de predicción de la climatología. Sin embargo, va a quedar por resolver la escasa capacidad de predicción sobre la evolución socioeconómica futura de nuestras sociedades, que, al fin y al cabo, es el elemento esencial para poder predecir la evolución del clima del futuro. A pesar de todos estos elementos, bajo ningún concepto se puede adoptar una postura expectante: el problema existe y es preciso actuar de la forma más rápida y efectiva posible. La ventaja es que la mayor parte de actuaciones que intervienen paliando el problema de las emisiones de gases GH en la atmósfera son acciones que, en términos absolutos, gestionan mejor los recursos. En efecto, mejorar la eficiencia, utilizar energías renovables, gestionar de un modo adecuado las prácticas agrarias y ganaderas, etc., son ejemplos de actuaciones que reducen las emisiones, pero en términos absolutos, en el supuesto de que el problema del cambio climático no existiera, sería positivo llevarlas a cabo. Referencias 1 - Maria Àngels
Anglada. Relats de mitologia. Els déus. Destino, Barcelona (1996). |
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Número 32 - setiembre 2002 | |
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